Ayer tuve la oportunidad de pasar un rato con mi mejor amiga, esa que más que amiga es hermana. Volvía de un viaje relámpago y entre su avión y el tren de vuelta a Valencia, nos sentamos a comernos unos pinchos y bebernos unas cervezas. Mejoró un día que estaba siendo bastante mierder, la verdad. Y es que no lo puedo evitar, a veces soy mi crítica más feroz y mi peor enemiga.
Lo primero que me alegró fue la certeza de que ahí fuera hay alguien que me conoce casi mejor que yo misma. Un abrazo, un beso y lo primero: “¿Qué te pasa?”, sin necesidad de darle vueltas al asunto. En dos minutos yo ya me sentía mejor; creo que su sola presencia ya me tranquiliza.
La cuestión es que, entre todas las cosas de las que hablamos, salió a colación nuestros años locos. Se nos ocurrió que sería genial poder irnos de “fin de semana” al pasado. Hace doce años, exactamente, al verano en el que cumplimos los dieciocho y en el que vivimos noches de más, días de menos y muchas resacas. Eso nos llevó a pensar en qué pasaría si pudiéramos volver con todo lo que sabemos ahora de la vida. Ya lo he dicho en alguna ocasión, me encantaría sentarme con la Elisabet adolescente y explicarle unas cuantas cosas. Y abrazarla, porque en el fondo tenía tantas ganas de hacer cosas que se sentía perdida.
Ay, las expectativas adolescentes. Qué risa…
Y me puse a pensar en eso de camino a casa, en el metro. Me puse a pensar en lo que pensaba que iba a ser mi vida a los treinta cuando tenía quince años. Y a los veinticinco, que no hace tanto. No di una. Creo, sinceramente, que nos pasa a todas. Cuando somos adolescentes tenemos unas grandilocuentes expectativas sobre nuestra propia vida, algunas basadas en la propia inexperiencia. Lo importante es crecer sobre ellas y no frustrarse. La frustración solo sirve para cortar unas alas que nos pueden llevar a donde queramos con un poco de esfuerzo.
Así que, ven para acá, Elisabet adolescente, que voy a explicarte un par de cosas.
“A los treinta tendré los cajones llenos de ropa interior cara y elegante”
Vamos a ver, alma de cántaro. ¿Tú sabes algo sobre los sueldos que habrá en 2008? Porque será cuando empieces a trabajar, coincidiendo con el derrumbe del mercado por culpa de la burbuja inmobiliaria. Ahora no entiendes de lo que te estoy hablando (ni tampoco esperes entenderlo mucho con treinta, que me estoy tirando el mocarro) pero se traduce en que cobrarás una puñetera mierda. Date con un canto en los dientes con llenar el cajón con sujetadores monos de H&M. Y por favor, no te empeñes, los únicos que te quedan bien son los de balconet. Pasa de ir con las tetas deformes porque te encanta ese sujetador de encaje. NO ES PARA TI. Y luego en las fotos te verás fatal.
Por cierto, si pudieras pasar del hipismo y ponerte sujetador siempre que salgas de casa, te lo agradecería. Mi teta izquierda se cae como un lenguado muerto y la culpa… no es por nada, pero es tuya.
“A los treinta seré una madre moderna”
Ay, qué risa. A los treinta tendrás días en los que te apetecerá cosértelo, chata. ¿Madre? Bueno, tú esperabas casarte loca de amor a los dieciocho y ser madre a los veinte, pero es que loca del coño lo has estado toda la vida. Tú calma, porque ya irás viendo como esa idea de la madre moderna todopoderosa pasa de suscitarte admiración a terror. Porque una cosa es ver como alguien hace equilibrios para ser una mujer trabajadora, independiente, al día, sociable, esposa y madre, y otra muy distinta plantearte serlo tú. Piano piano, chata. Ya verás qué estrés sin ser madre. Déjame a mí estar. Cuando me anime ya te mando una carta si eso.
“A los treinta tendré un armario lleno de cosas atemporales y de calidad”
A los treinta H&M será tu segundo hogar, me reitero. Y Asos, porque cada vez te va a dar más pereza verte en un espejo de 360º, ya verás. Oye, aprovecho para sugerirte que a lo mejor no deberías dejar la natación. O igual deberías cogerle gusto al aerobic. Algo. No veas los jamones, cómo se descuelgan después. Si no lo haces, no pasa nada. Te conozco bien y sé cuánto odiamos sudar. Ya aprenderás que se puede ser sexi con la talla que sea. Eso sí, no dejes nunca de ser coqueta. Da igual si esos vaqueros clásicos de Donna Karan nunca llegan y tienes que conformarte con los de Zara (con los de Zara que te abrochen, que esa es otra). Ser coqueta no tiene precio y no depende de tu cartera. Pero haz el favor de comprar con cabeza, que de los diecisiete a los veinticinco fuiste hecha un cuadro.
“A los treinta seré la esposa perfecta”
¿Pero a ti qué cojones te pasa en la cabeza? ¿La esposa perfecta? Conténtate con seguir siendo humana, anda. Esas mierdas son del siglo pasado. Concéntrate en ser una buena compañera porque eso es lo que tiene realmente valor. Una no se da cuenta de toda la mierda que Disney y Hollywood le han metido en la cabeza hasta que tiene que luchar contra sus propias ideas preconcebidas de lo que es un matrimonio. Al final, querida Elisabet adolescente, estar casada es como no estarlo. La diferencia es poca, te lo aseguro. Y lo importante en la vida es saber estar al lado de la otra persona y que él aprenda también a estar a tu lado.
Y aprovecho para dejaros un artículo que me ha hecho especial ilusión, porque llevo toda la vida diciendo que ¡lo de la Bella y la Bestia es un secuestro! Por fin alguien me da la razón! Lecciones terribles que aprendimos de las princesas Disney.
“A los treinta me apasionará mi trabajo”
No. No exactamente, pequeña. Hay una cosa que deberías saber: no vas a tener un trabajo, vas a tener tres, pero serás afortunada por tenerlos. El mundo está fatal; pobre alma de dios, que pensaba que se iba a casar con un Backstreet boy. Por cierto, han envejecido bastante mal. Espera, que me desvío del tema. Tú trabajo: cero glamour, que lo sepas. Uno de ellos será la pasión de tu vida, es verdad, pero justo será para el que menos tiempo tengas. Vas a trabajar en una oficina bastante fea, con una moqueta indescriptible y por poco dinero. Por lo general no estará mal, pero no es de lo tuyo. Aun así, vas a aprender una de las lecciones más importantes de la vida: cuando no hay lomo, de todo como. Lo importante es saber adecuarse al escenario que te toque vivir. Eso sí, olvídate de tu idea de ser periodista de moda. Cumplirás otros sueños, ya lo verás. Pero apriétate el cinturón, porque esfuerzo… te va a costar.
“A los treinta estaré súper en forma y por fin me habré quitado esos kilitos de más”
¿Por dónde empiezo, chata? A los treinta vas a tener los mismos jamones pero más flácidos. Y no te quejes, que la Elisabet de veintiséis hizo un esfuerzo titánico para quitarse parte de lo que vas a engordar en la universidad. Porque… VAS A ENGORDAR. Al menos a los treinta pesarás lo mismo que a los veintidós, lo cual no te parecerá tan mal. Pero ¿sabes? Con el tiempo vas a ir aprendiendo cositas. Por ejemplo que si quieres perder peso tienes que hacerlo por ti y por unas razones sólidas como la salud o el convencimiento real (y no superficial) de que será mejor para ti. Seguirás mirando con cierta envidia a las chicas capaces de meterse en una treinta y ocho y estar monísimas de la muerte con un crop top (es un top ombliguero de los de toda la vida, pero ahora se llaman así) pero de pronto aceptarás que las tallas solo son un número en una etiqueta, que la persona que tienes al lado no te quiere por nada que tenga que ver con este tema y que puedes ser sexi, como todas las mujeres del mundo.
“A los treinta iré hecha un pincel”
Me gustaría mucho que me vieras en este momento. He venido a la oficina sin peinar, solo me he puesto rímel y me he tirado el café con leche por encima. Penes. Muchos penes. No te doy más datos, ¿verdad?
“A los treinta recorreré el mundo con mi mochila”
Ay, que me atraganto. ¿Mochila? Lo más cerca será una riñonera de la que todo el mundo se reirá. Pero no les hagas caso, es monísima y muy práctica. Viajar, vas a viajar, porque tienes un marido muy intrépido, pero lo que tú no sabes es que a ti ya te parece una aventura bajar al Mercadona sin sujetador (que lo harás). Te vas a volver bastante señoritinga, te lo adelanto. Así que cuando le digas a tu cuñado que vas a ser hippy toda la vida y él se ría, ten en cuenta que se seguirá riendo quince años después, cuando le enseñes ilusionada a tu hermana la pulsera de oro blanco que te ha regalado tu marido.
Vas a cumplir los veintinueve en un tren nocturno que partirá de Bangkok y que te llevará a Chiang Mai, al norte de Tailandia. Puede sonar muy molón, y seguro que te suena muy molón, pero será una de las experiencias más traumáticas de tu vida a nivel “olorífico”. Lo bueno es que aprenderás la importancia de llevar toallitas de bebé a todas partes. Lo malo que no podrás volver a ponerte esos pantalones que te encantaban. Ya te lo explicaré yo otro día con más tiempo…
Y ahora que he acabado con todas tus ilusiones adolescentes, deja que te diga algo más… deja que te dé la enhorabuena por aquellas cosas que sí cumplirás. Porque a los treinta…
Sabrás beberte una copa sin emborracharte y hacer el ridículo.
Sabrás reírte de ti misma.
Seguirás viendo a tus amigas y compartiendo tu vida con ellas.
Habrás luchado por lo que quieres.
Tendrás una magnífica relación con tu familia.
Sabrás cómo es querer de verdad.
Serás responsable y la gente confiará en ti.
Y sobre todo… Sabrás quién eres.