[vc_row][vc_column][vc_single_image image=»2149″ alignment=»center» css=».vc_custom_1480416664162{margin-bottom: 50px !important;}»][vc_column_text]
Voy a ser sincera… mi último post me traumatizó un poco. Me estuve imaginando muy gráficamente mi estancia en el infierno y no fue agradable. En mi cabeza era aún peor que en el post. Pensé en todos mis compañeros de eternidad, entre los que seguro que estaría el inventor del palo selfie y me vine abajo. Tarta de piña de mi madre. Hilo musical infernal con lo peor de los últimos veinte años (y hay mucho entre lo que escoger). Clases de spinning. No me jodas, hombre, no he sido tan mala. Acosar cibernéticamente en alguna ocasión a algún modelo español cuyo nombre no hace falta ni mencionar no es tan grave. Chupar la última galleta para que nadie se la quiera comer es una barrabasada, pero no merece los siete círculos del infierno dantesco. Irme sin pagar de aquel sitio sin darme cuenta es un pecadillo sin importancia… ¿me entendéis, no?
Angelitos no somos, eso está claro. A veces nos gusta fastidiar a nuestra mejor amiga, bebemos a morro de las botellas, nos rascamos el culo, nos quejamos del sacro lugar donde llevamos incrustada la ropa interior, nos reímos con la boca abierta de alguna maldad o pensamos en cosas sucias (y no me refiero a pisar con botas de pocero lo fregado) pero… no son más que nimiedades.
Y estuve dándole vueltas, claro que sí; ya me conoces. En lugar de poner lavadoras, tender u ordenar de una maldita vez el cajón de la ropa interior, me puse a pensar en el infierno y en el cielo. Porque… imagínate tú que hay un fallo en el sistema y San Pedro se olvida de aquella vez que me reí de la torta que se pegó en plena calle la madre de una amiga y… entro en el cielo. Ya me lo estoy imaginando: un recibimiento grandioso con purpurina y cosas que brillan por todas partes que luego no tendría que barrer porque, claro, es el cielo y no hace falta ponerse a aspirar las nubes. Brindando con Armand de Brignac Rosé, porque ¡en el cielo todo es gratis! Con Milo haciéndome un masaje, Harry preguntándome si quiero que me cante antes de meternos en la cama dormir, Andrés Velencoso caminando semidesnudo sobre las nubes, Michiel Huisman xxxxxxxxxxx xxxxx xxx xxxxxx (pensamiento censurado). Comida que no engorda. Actividades como ir de tiendas, beber cosmopolitans o sesiones de belleza intercaladas con tiempo para leer, escribir, ver pelis, dormir en camas súper cómodas (con quien tú quieras) ir al parque de atracciones sin miedo a morir en una atracción (sorpresa, ¡ya estás muerto!)… Era todo tan bueno que, al imaginarme allí, me dio por pensar que me aburriría. Que los lunes de mierda hacen que el resto de la semana parezca mejor, que subirte a la báscula es terrible pero ir al gimnasio también… espera, esto último no tiene sentido, olvídalo. Lo que quería decir es que nos va la marcha y que un poquito de infierno en la tierra, en una dosis pequeña, da la vida. Que en el momento puede que lo pases fatal pero la vida es así; es mejor pensar en positivo y convencerte de que puede que el retortijón más infernal de tu vida te pille en el metro, pero luego tendrás anécdotas para rato. ¡Anda que no nos gusta hablar de caca! Y si son los demás quienes te dan mala vida… es mejor pensar que esas personas no hacen sino que enfatizar cuánto queremos a nuestra gente. Y es que la vida está compuesta de lo bueno y de lo malo, del yin y el yang, del gym y el ñam, de un equilibrio cósmico que hace que el universo se rija por sus propias normas. Pequeños infiernos en la tierra… ¿qué seríamos sin vosotros?
LOS PROPIOS
- El selfie del mal. Cuántas versiones hay del selfie del mal… y todas igual de terribles. Está ese que te haces, tremendo y horrible, para mandárselo a tus amigas un domingo de resaca y que mandas por equivocación a tu jefe. Está ese que ha disparado la cámara sin que te dieras cuenta y que, como por obra de magia, termina en el chat que tienes con ese chico que te encanta. Está el selfie monísimo en el que no te has dado cuenta que se te ve un moco. Está la foto sexi mandada a tu suegra y así… hasta el infinito. El momento en el que te das cuenta es horrible, lo sé. Pero pasará. Pasará y será una de esas anécdotas que nunca dejarán de hacer gracia.
Así, bien mona
- El accidente accidentoso. Mi vida está plagada de estos. Me refiero a esas caídas, tropezones, desmayos o galletas que te das cuando no puede haber más gente alrededor. Meter los dos pies entre coche y andén (Elisabet en enero de 2010), desmayarse en plena oficina y terminar con la cabeza entre las piernas de un compañero (Elisabet en diciembre de 2011), caerse por las escaleras del metro… subiendo (Elisabet en abril de 2013), romperse el pantalón subiendo a un taxi (Elisabet en noviembre de 2015), intentar atravesar una puerta de cristal que CREES que está abierta (Elisabet en noviembre de 2015 también)… da igual. Es terriblemente humillante, sobre todo cuando te tienen que coger del suelo unos desconocidos pero… en realidad estás comprobando tu resistencia física. Yo, a estas alturas, me siento como Lobezno. A fuerza de caerme, soy invencible.
Yo. Todo el rato.
- La teta fantasma. Venga, no me mires así. A ti también se te ha salido una teta en público. No pasa nada. El verano en que cumplí los dieciocho creo que mi teta izquierda pasó más tiempo fuera viendo mundo que dentro de la prenda que debía controlarla. Me di cuenta tarde de que no había acertado con la talla de mis sujetadores. Existe también la variante del culo fantasma, que es cuando vas al baño y, al volver, te has metido sin querer el bajo de la falda por la cinturilla de las bragas. Un clásico. ¿Le has enseñado la ropa interior de Hello Kitty a todo el departamento? No pasa nada. ¿Llevabas tanga de leopardo? Bueno, es un poco más grave, pero pasará. Total… es tan común que es solo cuestión de tiempo que alguien cometa el mismo error. Y si se pasan mucho contigo hay una respuesta para todo… “Ay, es que os he visto tan necesitados que he decidido enseñar un poquito… por solidaridad”. Y andando.
Mira chato, míralo bien: esto es un culo. CU-LO
- La copa asesina. Puede que formes parte del equipo olímpico de levantamiento de codo en barra y que puedas tomarte sin despeinarte cinco copas de vino, un pacharán y gintonics hasta agotar al camarero pero… eso sí… el día que comas con tu jefe, tu suegra, unos clientes o esa persona a la que quieres impresionar… ese día… ESE DÍA, vas a pillarte una chirimoya digna de medalla de oro con oler una cerveza sin alcohol. Es la ley del “infierno terrenal”, reina. El día que quieres, no puedes pero el día que no debes… ¡¡AY DEL DÍA QUE NO DEBES!!!
Juraría que yo había salido a tomar un vino con mi suegra…
LOS AJENOS
- El “lo que deberías hacer” del averno. No todos los pequeños infiernos terrenales son momentos en los que algo (la copa, la suela de tu zapato, un pecho) ha patinado por tu parte. A veces son los demás los que nos hacen la vida un poquito menos agradable, mira tú por donde. Los “lo que deberías hacer” son uno de mis “preferidos”. Todo comentario que comience por estas satánicas palabras está condenado a ser un consejo que nadie pidió. Y si lo pidió, no es manera de formularlo. ¿Quiénes somos nosotros para imponer nuestra opinión a otra persona? ¿Qué vamos a conseguir diciéndole a alguien lo que debería hacer? Los consejos hay que darlos cuando se piden y hacerlo con cuidado y con respeto. Y, sobre todo, aprendamos a no emitir nuestra opinión a la ligera sobre temas peliagudos… y menos con gente que no forma parte de nuestro círculo cercano. Hay temas que es mejor dejar estar. Hay decisiones que tú tomaste y con las que vives a gusto que NO tienen por qué ser la respuesta para otras personas. Dejemos de imponer nuestra forma de vivir a los demás.
Para los consejos no pedidos insistentes… MELASUDA FORTE. Un comprimido después de escuchar el comentario desafortunado sobre lo mucho que se te va a pasar el arroz y… ¡andando!
- El espacio vital violado. Hay gente que no entiende de espacios vitales. En el fondo me dan un poco de envidia porque supongo que esto quiere decir que no se sienten intimidados por la cercanía de otras personas. Para el resto de los mortales, el espacio vital es un perímetro respetado que solamente se cruza en ocasiones como: saludos, despedidas, mimos (abrazos, besos, arrumacos, caricias, masajitos, cosquillas… consentidos) y sexo. Todos tenemos en nuestra vida esa persona que te coge constantemente del brazo al hablar o que te da golpecitos con el codo. También está la versión del que se acerca mucho, el que coloca la huevada en tu mesa o el que se toma la libertad de darte una palmada al culo. Y… vaya, que todos lo tengamos no consuela, pero la hace a una sentir más comprendida.
Stop in the name of love. Deja de darme con el codo o te araño pa’arriba.
- El cuñadismo. El cuñadismo es un infierno terrenal muy extendido que consiste en que tu interlocutor cree saber hacerlo todo mejor que nadie. Si le dejaran, no habría crisis, ni fracaso escolar, ni vandalismo, ni violencia, ni guerras, ni pelusas debajo de la cama. Es fascinante. Hay personas que tienen en su haber las respuestas a todas las incógnitas del mundo. Es muy común encontrarlos criticando hasta la médula a alguien, insistiendo en lo mal que ha hecho tal o pascual algo, pero… qué curioso… nunca han intentado hacerlo ellos. Teóricamente lo hacen mejor, ya que se alzan como adalides de la perfección y la crítica, pero nunca han sido vistos haciendo nada que no fuera criticar. Uhm… interesante…
Arg, cuñadismo no, que me enamoro.
[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column][/vc_column][/vc_row]