Maleta coqueta… matadme.

Elísabet Benavent

Elísabet Benavent

Maleta coqueta… matadme.

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Se acercan las vacaciones. Bueno, las mías a ver si llegan ya de una puñetera vez, antes de que me vuelva loca del todo y corra desnuda por el pasillo de Mordor. El espectáculo no sería agradable. Como gelatina agitándose enloquecida.

La cuestión es que se acercan las vacaciones y es una buena época para hacer una escapadita. Da igual que sea un viaje a la otra punta del charco, una semanita en la playa o un fin de semana en el pueblo. Lo importante es desconectar y por el momento es la única manera infalible que he encontrado de dejar de darle vueltas a las cosas del trabajo: alejarme. Aunque el pestillo del baño echado y la bañera llena también ayudan. Me he buscado por todas partes el botón de reset pero, o lo tengo muy escondido, o mis padres se olvidaron de implantármelo o es que he visto demasiada ciencia ficción en mi vida, que también puede ser.

El verano es época de maletas, un objeto que me parece hostil desde siempre porque tengo la hipótesis de que empequeñece cuando meto mis cosas dentro. Me odia, lo sé. Sé cómo me mira.

La próxima semana me voy de viaje y Mr.Coqueto lleva un mes avisándome de que no va a volver a sucumbir a mis encantos y que no voy a convencerle de llevar la maleta grande, que es algo así como una camicaravana. No sé ni por qué contratamos hotel. Podríamos dormir dentro. Así que llevo días y días escuchando sin parar que llevaremos la maleta mediana y la pequeña, a lo que yo contesto asintiendo y diciendo entre dientes: “eso ya lo veremos”. El año pasado, sin ir más lejos, la que sucumbió fui yo a un viaje “mochilero” por Tailandia. La única condición que puse fue que lleváramos maleta porque (y esto es cierto) tengo un problema de espalda que iba a convertir el cargar con una mochila de 25 litros en un auténtico infierno (para los dos, puedo llegar a ser muy porculera).

–          Vale, maleta, pero la mediana. – cedió ante mi carita de gatito de Shrek.

Y cuando me dijo que no me llevara más de dos bikinis, volví a decir que sí y metí ocho en la maleta. Resultado: llevamos la grande.

"¿La mediana, amor? ¿Es que has dejado de quererme?"
«¿La mediana, amor? ¿Es que has dejado de quererme?»

Pero me da que este año lo de la limitación de espacio va en serio. Estoy preocupada. Tan preocupada que he empezado a pensar que debería hacerme un esquema minucioso de lo que voy a necesitar llevarme y de paso aprender a plegar la ropa en cuadrados minúsculos. Y en ello estaba (buscando tutoriales de youtube para plegar ropa) cuando he pensado… ¿qué tal un manual coqueto para hacer una maleta? Como siempre aviso que no os fieis demasiado de mí porque solo soy una institución en decir tonterías, pero a lo mejor, además de echarnos unas risas, sacamos algo en claro.

Ahí va.

La lista.

Si algo me ha enseñado mi experiencia es que es sumamente importante sentarse con una misma y elaborar una lista (realista y que no parezca sacada de Narnia, que me ha pasado otras tantas veces terminar buscando unicornios) con todas aquellas cosas que queremos llevar. Eso hace que nos tomemos la molestia de calcular cuántos días, qué eventos y cómo combinar las cosas que llevemos para tener que cargar con menos. Y os lo dice una persona que una vez se fue a Valencia con cinco pantalones y dos camisetas. Todo muy lógico y normal. Como me conozco, necesito apoyo y lo encuentro en una libretita en la que organizo las cosas según diferentes criterios.

–          Días de viaje: si voy a diferentes sitios, elaboro una especie de esquema de hoja de ruta. Por ejemplo: NY, cuatro días: ropa cómoda (4), cenas cuquis (3).

–          Categorías: ropa (interior, pijama, de baño, cómoda y arreglada), aseo (maquillaje, baño, pelo, “por si aca”), medicamentos, zapatos (sandalias, zapatillas – unas NB chulísimas que me han regalado recientemente, por cierto! – y tacón), complementos (bolso, bandolera…).

Aun así, siempre se me olvida algo y nunca son cosas como, no sé, el acondicionador. Son más bien otras… como las bragas.

El bolso de mano

El gran aliado coqueto. El bolso. En el mío podría vivir yo. Bueno, yo no, pero igual uno de mis gatos se puede montar un adosado dentro. Y además, llevo de todo. Soy la versión coqueta (y loca del coño) de Mary Poppins. Lo que llevo dentro del bolso en el vuelo me salva siempre la vida, por eso dedico bastante tiempo a estudiar con qué llenarlo.

"Mira, amor, lo bien que nos viene llevarnos la lámpara de viaje"
«Mira, amor, lo bien que nos viene llevarnos la lámpara de viaje»

–          Kit del viajero: es una cosa muy moñas, la verdad, pero muy práctica. Al principio, los viajeros de alrededor te miran como si fueras tonta de remate. Cuando llevas un par de horas en el avión sabes que todos quieren arrebatártelo y que tendrás que defenderlo con tu vida. ¿Y qué contiene? Hay uno para Mr.Coqueto y otro para mí. En el mío hay cosas como:

  • Unos calcetines suavitos: cuando se me hinchan los pies en los vuelos y acabo andando encima de dos morcillas de Burgos, me quito las sandalias, me pongo los calcetines y además de poder andar descalza por el pasillo, no tengo riesgo de perder dedos por congelación. Señores de las aerolíneas: no hace falta poner el aire acondicionado en modo “Antártida”.
  • Un antifaz: diréis que estoy loca, pero ayuda mucho a dormir. Tengo uno de Hello Kitty, lo más kitsch del mundo. Tenía otro de leopardo, pero me desapareció en un vuelo. Malditos mangurrianes.
  • Crema para las manos: si te pasa lo mismo que a mí y se te hinchan manos y pies, si te das un poco de crema en los dedos se alivia el malestar. Hay unas cremas efecto frío que son una maravilla, pero luego cuidado con tocarte el higo, así, entre nosotras.
  • Pene: ¡no os lo esperabais, eh! Qué divertido se ha vuelto esto de colar la palabra pene en los post, leches. Las risas que me echo yo sola.
  • Agua micelar en un vaporizador: la suelo comprar en Sephora. Un poquito antes de desembarcar y no bajas con tan mala cara. Después de la típica siestecita a bordo, tampoco viene mal. Eso sí, cuidado. La última vez le daba, le daba, le daba y nada, que no salía… hasta que me di cuenta de que el chico que iba a mi lado estaba empapado de arriba abajo y el periódico q leía para tirar. El pobre aguantó estoicamente los “manguerazos” pero después de mi mantra interminable de disculpas, me preguntó: “¿Y esto para que es bueno?” Creo que ahora él también suele llevarlo encima.
  • Drogas: vale, suena fatal, pero yo os explico. Me dan pánico los aviones. Me pongo tan nerviosa que, aunque esté dormida, aprieto a Mr.Coqueto en las turbulencias. He llegado a gritar. Visto lo visto, es mejor meterme entre pecho y espalda alguna pastillita feliz que induzca el sueño. Nunca cosas muy fuertes, porque después cuando te despiertas te quieres morir. Mi recomendación: consultadlo con el médico o la farmacéutica.
  • Frenadol: aquí va el truco del siglo. Voy a contaros algo que una vez compartió conmigo un viejo sabio al que encontré en un templo abandonado en… bueno, que da igual, que me lo dijo el médico de mi empresa. Para evitar que se te taponen los oídos y te duelan por el cambio de presión, un frenadol media hora antes de despegar y mano de santo.
  • Tapones: nunca los usaba, hasta que me tocó un vuelo de nuevo horas con una niña aullando cual hiena en celo. Fue el peor vuelo de mi vida y gracias a los tapones se hizo bastante más llevadero.
  • Lima de uñas: de tanto apretar el asiento siempre se me rompe alguna. Así me entretengo un rato.
Si al terminar este post, pensáis esto, me lo merezco por cansina.
Si al terminar este post pensáis esto, me lo merezco por cansina.

–          Revista/ libro/ e-reader/ tableta: indispensable para vuelos largos. Aunque las típicas revistas que tienen en los aviones a veces son entretenidas, sobre todo esas que parecen la teletienda. ¿Sabéis que existen piedras de coña para los jardines? Durante algún tiempo planeé comprar una grande, meterme dentro y dar una “sorpresa” a mi madre. Luego entendí que igual le daba un infarto.

En fin. Pues eso. Algo que leer siempre va bien. Hay unos libros muy entretenidos, se llaman Persiguiendo a Silvia y… (vale, me callo)

–          Ipod: para cuando el de enfrente se pone a roncar como si no hubiera mañana. Para cuando el niño de atrás llora. Para cuando la pareja de atrás dice cosas tan moñas que te quieres morir. Para cuando los del otro lado mastican con la boca abierta. Para cuando te quieres dormir. Para cuando quieres banda sonora para esa fantasía que te hace poner sonrisita pérfida. You know.

–          Cartera/documentación/dinero/papeles del viaje: No me extiendo. Único consejo, llevar el dinero siempre separado. Un poquito en la cartera, un poquito en un monedero, un poquito en un bolsillo, un poquito en la riñonera…

–          Guía de viaje: el momento del avión siempre es bueno para repasar lo que queréis ver, dónde queréis ir o memorizar un par de palabras en el lenguaje local. Suele hacerles gracia que te tomes la molestia de saber decirles “buenos días” en su idioma. Ser un buen turista también pasa por ser amable.

Dicho esto, voy a hacer mi lista de este año. Sé que me dejaré algo, pero este año rezo porque sean las bragas. ¿Para ir en plan comando? No. Bueno, también. Pero es que así tendría excusa de arrastrar a Mr. Coqueto a Victoria’s Secret y hacer un desfalco de los buenos. ¡Ay, el secreto de la Vicky, cómo me gusta! Lástima que la única cosa en común que tenga con las modelos de la marca sea la especie humana. Ahora que lo pienso, voy a aprender de carrerilla a decir en inglés: “oiga, señorita, tiene usted algo coqueto que me recoja las carnes”.

¡Deseadme suerte!

Versión "Beta Coqueta" del desfile de Victoria's Secret
Versión «Beta Coqueta» del desfile de Victoria’s Secret

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