Sí, lo confieso, las mujeres damos constantemente mensajes contradictorios. Y lo sabemos, que conste. No sé si va en nuestra naturaleza o es que simplemente nos gusta, pero lo hacemos.
A veces son del tipo: “No me pasa nada” a la vez que lanzamos por los ojos rayos destructores provenientes de lo más perverso del infierno.
Pero… ¿qué me decís del… “ya no hay caballeros como los de antes”?
Y digo yo (que soy la primera que lo repite sin cesar esperando que Mr.Coqueto me traiga flores porque sí)… ¿a quién queremos engañar?
Nosotras, seamos sinceras, lo queremos todo. Pero si tenemos que elegir, no serán flores ni hombres que abren las puertas. No, no. Lo que queremos, señores, es un empotrador.
¿Y qué es un empotrador? El empotrador es un hombre cuyos poderes de seducción no tienen límite y entre cuyos méritos se encuentra decir cosas que nos derriten (a poder ser soeces) o conseguir irse a casa con tu ropa interior en el bolsillo de su pantalón.
Hace poco lo hablaba del tema con unas amigas en una de esas cenas en las que lo único que se oye son cochinadas (no os engañéis: ni zapatos, ni maquillaje. En la intimidad y entre nosotras, hablamos de penes) Y lo que comentábamos es que ya no quedan empotradores.
La visión de alguna de las coquetoamigas es que nunca han existido como tal, que son una leyenda urbana o un animal mitológico, como el minotauro. Es una fantasía erótica más compartida por todas las mujeres, que imaginamos la existencia de un hombre ideal que delante de tu madre te abra la puerta del coche y en la intimidad te tire del pelo y te folle empotrándote contra una pared (de ahí su nombre).
Estoy segura de que si me lee algún hombre, ahora está pensando en convertirse en un empotrador. No debe ser tan difícil, pensará alguno. Pues… sí lo es. De ahí que haya mujeres que no confíen en su existencia real. ¿Y por qué es difícil? Pues os lo explico.
1. El empotrador dice cosas cochinas, pero tiene una gracia infinita para decirlas y además, encuentra el momento (aunque a veces el momento no lo parezca).
Ejemplo: El empotrador se acerca a su objetivo, le aparta suavemente el pelo del cuello y acercándose a su oído susurra algo como: “Necesito follarte ya…”
Normas para poder hacerlo:
– Cuidado con las pintas con las que andáis. Si lleváis una camiseta de Padre de Familia es probable que entendamos que no necesitáis echarnos un polvo a nosotras en concreto, sino un polvo en general.
– Cuidado, por Dios santo, con la elección del objetivo. Es condición sine qua non conocerla y tener, además, una relación de tensión sexual tácita que se prolonga en el tiempo. Si le entras así en la discoteca a una desconocida puedes llevarte una ultra-ostia… y merecida.
– Cuidado con la cantidad de alcohol ingerida antes de hacer la declaración. Si te has bebido hasta el agua de los floreros, por favor, evítalo. Creerás que estás siendo súper sensual, pero la realidad es que escupes y farfullas. “Nechechito foshllarrrrte” no es sexi. Te lo aseguro.
COSAS QUE NO DEBES HACER:
– Utilizar otras variantes más… pardas:
- “Quiero comerte el potorro” no, por favor.
- “Te voy a meter más rabo que cuello tiene un pavo” mátame, camión.
- “Te metía de todo menos miedo” no, por el amor de Dios.
- “¿Jugamos al teto?” no, me muero…
– Meter la lengua dentro de la oreja.
– Meter mano entre las piernas mientras lo decís.
– Tocaros a vosotros mismos cuando lo decís.
Algunas cosas parecerán una obviedad, pero visto lo visto, yo lo dejo escrito por si aca…
2. El empotrador sabe cómo mirar para calentarte. Sabe qué cosas decir para calentarte. Sabe cómo moverse para calentarte. Sabe qué tocar para calentarte.
Ejemplo: el empotrador mantiene la mirada fijamente en los ojos, con una sonrisa perversa en la boca. Dice cosas como “no puedo dejar de mirarte”. Es elegante en todos sus movimientos. Posa la mano sobre su acompañante, justo donde la espalda empieza a perder su casto nombre.
Normas para poder hacerlo:
– Cuidado si no estás acostumbrado a mantener guerra de miraditas sensuales y te pones nervioso. Los ticks y el sudor entrando en los ojos… no suelen seducirnos.
– Cuidado con lo que dices en el momento justo. No es lo mismo “no puedo dejar de mirarte” que “no quiero ni verte”. Tampoco vayas de listo y empieces uno de esos discursitos del tipo: “tienes unos labios tan sensuales… deben ser suaves y… tienen un color…”. Huiremos despavoridas gritando y agitando los brazos.
– Cuidado con bailar si estáis en una discoteca. Por favor, pasad de reproducir el bailecito de la canción del verano. Absteneos de mover los brazos haciendo un molinillo infernal. Por dios y todos los santos, no os abráis de piernas en mitad de la pista de baile (como en ese video terrible de Van Damme bailando una vaina loca)
(Ver vídeo explicativo de lo que no hay que hacer)
– Cuidado con tocar, por Dios santo. Una vez me tocaron el culo en una verbena y temí hasta por mi vida. Es sólo una caricia natural un… “mi mano está muy cerca de tu trasero pero no voy a bajarla de donde está, por más que torture”. No es un pellizco, una palmada y por supuesto, nunca una mano por dentro de la cinturilla del pantalón mientras se pregunta “¿Llevas tanga?”.
COSAS QUE NO DEBES HACER:
– Guiñar el ojo en plan macarra o pasarse el dedito por encima de los labios como el chico Martini. – Muero.
– Susurrar: “vámonos a mi casa a empujar.” No, te equivocas, la que te va a empujar soy yo pero desde lo alto de unas escaleras.
– Hacer el robot para seducirla. Quietooooooooorrr!!!! Es mejor que la cojas de la mano, la acerques a ti y, con su espalda sobre su pecho suavemente digas: “Estás preciosa”.
– Tocarle las tetas o el berberecho en público. Eso es imperdonable y si lo haces, te mereces ir a urgencias con un extintor incrustado en el recto.
3. El empotrador, llegado el momento del coito, es brutal, salvaje e imprevisible. A pesar de todo, siempre estará pendiente de que la chica disfrute tanto o más que él.
Ejemplo: llegan a casa, la empotra contra la pared del recibidor mientras le besa la boca, el cuello y subiéndola en brazos, pierde las manos bajo su ropa. Al llegar a la habitación, la desnuda sin mediar palabra y se desnuda él. SIEMPRE tiene preservativos preparados. Mete la mano entre el pelo de ella y tira suavemente hasta hacerla gemir. Se preocupa de que ella se corra antes que él (una o dos veces) y le gusta ponerla a cuatro patas.
Normas para poder hacerlo:
– Cuidado con los empotramientos. Si acabáis en el hospital… no, no es sexi y ella no querrá repetir.
– Cuidado con los besos con lengua. Ni la lavadora centrifugando (la lengua gira y gira sin control dentro de la boca. La potencia sin control… no sirve de nada), ni el perro (lametazos por encima de los labios y la barbilla. A no ser que sea un acuerdo y os ponga a los dos…) ni el puñal (lengua en punta que entra y sale de la boca con la rapidez de una cobra) y por supuestísimo… ¡¡cuidado con la lengua muerta!! En los besos con lengua, la lengua se mueve.
– Cuidado con romperle la ropa cuando la desnudas. Puede que le arranques los botones de la blusa y todo quede genial o puede que le rompas la ropa y te calce una ostia de las que los ojos dan vueltas dentro de las cuencas. Y te la merecerás, que conste. Recuerda que algunas mujeres apreciamos más algunas prendas de ropa que a algunos miembros de nuestra familia.
– Cuidado con mendigar un polvo a pelo. No cuela ya: ni que seáis alérgicos, ni que os tire del pellejo, ni que os pique, ni que os la baje, ni que si ponéis uno se cree una supernova y destruya el universo.
– Cuidado con sacar el bote de lubricante y ponerlo encima de la mesita de noche. No da muy buena impresión. Ah… y cuidado, por favor, con suplicar un polvo anal. Tenéis el 90% de posibilidades de recibir una negativa. Por favor, dejarlo para más adelante, cuando al menos podáis hacer chantaje emocional. Gracias.
– Cuidado con lo de los tirones de pelo. Bien hecho nos hace gemir como perras, pero mal hecho… vuelta a la ostia de magnitudes faraónica que os llevaréis en los morros. El truco es un mechón de pelo de la nuca dentro del puño, desde casi la raíz y tirar suavemente. Nada de tirones salvajes a lo cavernícola, por fis.
– Cuidado!! Si sois de los que no están preparados para polvos maratonianos de una hora, no pasa nada. No queráis alargar las cosas porque sí, pensando en Falete en tanga para no aceleraros. Si ves que ella no se va y que tú no vas a poder aguantar mucho más, siempre está el truco de susurrarle al oído con tono morboso: “Tócate…”
(De nada. Podéis enviarme ramos de flores en agradecimiento, serán aceptados)
– Cuidado con las posturitas del kamasutra. Si la ex novia de vuestro amigo hacía gimnasia rítmica y podía pasarse las piernas por detrás de las orejas, minipunto para ella, pero no es lo más común. No intentéis colgarnos de ningún sitio, atarnos a ningún sitio, ni poner a prueba nuestro estado físico. Ya os lo he dicho, pero lo repetiré: si acabamos en el hospital, no os extrañéis que no volvamos a llamar. Jamás.
Creo que este repaso sirve para ilustrar la figura del empotrador y para dar una pequeña explicación de por qué la mayor parte de las mujeres han perdido la fe en cruzarse con uno en su vida. Algunos, duchos en las técnicas amatorias, se hacen pasar por empotradores, pero no son los elegidos. Es sumamente importante el concepto de la elegancia (que no, no pasa por trajes de chaqueta blancos con camisas negras, ni corbatas blancas, ni zapatos de punta, por todo el Olimpo). Es ahí donde esperamos un caballero de antaño… en el después. Discreción y elegancia. No es mucho pedir. Por eso que suspiremos por hombres “galantes”.
¿Veis? En el fondo no somos tan contradictorias. Dentro de nuestra perversa mente, todo tiene sentido.
Pd: y si os apetece un caso práctico, os animo a leer En los zapatos de Valeria (Septiembre 2013 en vuestras librerías) y le echéis un vistazo a Víctor…