La tentación y la coqueta

Elísabet Benavent

Elísabet Benavent

La tentación y la coqueta

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Solemos decir de nosotros mismos que somos personas civilizadas y hasta creemos que es verdad, pero olvidamos que muchas veces nos movemos por instintos, por más que hayamos tratado de contenerlos con un porrón de normas sociales que, seguro, hacen de la vida algo un poco más aburrido.

Y os digo una cosa, en ese intento por controlar algunos de nuestros “instintos animales” terminamos comportándonos como verdaderos subnormales. Véase un ejemplo: follar con la ropa puesta.

Perrea perrea!
Perrea perrea!

Hay quien me va a tomar por loca leyendo esa última afirmación, lo sé, pero en esta cabeza coqueta que tengo, tiene sentido. No hablo de los arranques pasionales en los que apenas te quitas ni las bragas, sino más bien de esas veces que tratando de “no meter la pata” te contienes y crees que, por ir vestido, lo que has hecho está menos mal. Pero no. O sí, no sé.

Bueno, al grano.

No sé si todos habréis leído “En los zapatos de Valeria”, pero en el libro hay un momento en el que Valeria se entrega al frote frote con ropa (lo que en nuestra adolescencia se llamaba “un polvo vaquero”) por no mandar a tomar por el santo orto a su señor esposo, que no se la folla ni en pensamientos y darse un homenaje con el tío bueno de turno. Y el 90% de esas situaciones acaban por traernos problemas (o una vergüenza que te quieres morir)

El tema que quiero tratar, aunque como siempre me lío, es la tentación. LA TENTACIÓN, así, en mayúsculas. Y dejad que me ponga un poco seria (a ver cuánto aguanto)

Se ha hablado mucho sobre el tema, pero es posible que nunca lo suficiente. No es un término filosófico que sólo podamos entender por aproximación. Es algo con lo que lidiamos todos los días, sea de una u otra manera.

Oscar Wilde decía en El retrato de Dorian Gray, que “la única manera de librarse de la tentación es caer en ella”. Esta frase me marcó, no sé muy bien por qué. Entiendo que a todos nos gusta encontrarnos con afirmaciones de otros que justifiquen lo gochos que somos a veces. Pero… ¿es verdad? ¿Es esa la única manera de librarse de una tentación de una vez por todas?

Por su parte, Paulo Coelho decía que, “cuando quieres algo, todo el universo conspira para que realices tu deseo” y es muy posible que tuviera razón. Queremos evitar coger ese corto y dulce camino que cruza por el centro del deseo, por lo que cogemos el más largo y costoso, que es resistirse. Pero muchas veces nos vemos en el caso de que el camino de la virtud nos devuelve al punto de partida, a darnos de morros con la tentación. Pero… ¿es el camino o es que doblamos en una esquina, corriendo campo a través, para volver a vernos cara a cara con ella?

La tentación suele estar relacionada siempre con alguno de los siete pecados capitales: avaricia, gula, soberbia, ira, envidia, pereza y lujuria. La tentación de querer siempre más, en lugar de pararnos a pensar en cuál es nuestra meta real. La tentación de “ese trocito de chocolate” que no te va a matar, pero que no te va a dar nada más que un instante efímero de felicidad y un hoyuelo más en las nalgas. La tentación de hacer ver que se es mejor que el resto, aunque seamos conscientes de que esa necesidad de hacer gala de superioridad siempre responde a un complejo. La tentación de mandar a pastar mierda a alguien en lugar de respirar hondo y razonar, que con los imbéciles es harto costoso. La tentación de envidiar malignamente lo que otro ha conseguido, sin pararnos a pensar que ese alguien no consiguió las cosas sin esfuerzo o sin pagar un precio por ellas. La tentación de tumbarnos un rato más en el sofá en lugar de arreglar los cajones del armario, que parecen una madriguera de zarigüeyas. La tentación de estampar tus labios sobre los suyos, meter la lengua en su boca y desabrochar su ropa a la velocidad del rayo.

¿Eh o no eh?

Confesemos. Todos nos hemos sentido tentados alguna vez en la vida. ¿No es a lo que nos dedicaríamos si nos viéramos cara a cara con el fin del mundo? Nos íbamos a hinchar a follar.

Aquí me voy a ir de vacaciones a hincharme a fo...tografiar cosas bonitas
Aquí me voy a ir de vacaciones a hincharme a fo…tografiar cosas bonitas

Al respecto, Ortega y Gasset opinaba que “el deseo muere automáticamente cuando se logra: fenece al satisfacerse. El amor, en cambio, es un eterno insatisfecho”. Pero claro, el deseo es más fácil que el amor, porque éste último necesita de mucha energía y mimo y el primero sólo de media hora sin ropa.

Es complicado hablar de la tentación y del deseo. Las chicas sobre todo, porque parece que siempre tengamos que parecer candorosas e ingenuas, aunque en nuestra ropa interior arda Troya. Y ahí llegan esos comentarios que tanto daño hacen a nuestra imagen como individuo y como colectivo: los “esa es una devora hombres”, los “es más puta que las gallinas” o  mi preferido “sufre de ardor uterino”. Y mientras tanto, el mismo comportamiento en ellos se salda con los clásicos “es un don Juan”, “es un seductor” o mi preferido “es un polla brava”. Claro, polla brava. Tú ser polla brava. Yo ser cercenadora de penes.

Y la fiesta en paz.

Dejemos atrás guerras de género (pero trabajemos nosotras mismas por no perpetuar errores culturales como esos) y hablemos de la tentación.

Seguimos teniendo muy relacionados los términos “tentación” y “pecado”. Vale, es normal viniendo como venimos de una sociedad muy sacralizada, al menos en el pasado. (Y dejémoslo ahí) El caso es que siempre pensamos que esa tentación acarreará algo malo. Yo misma, en uno de los párrafos anteriores, fui relacionándola con cada uno de los pecados capitales. Pero, ¿por qué no ceder a la tentación de comernos algo totalmente insano y proporcionalmente suculento un día cualquiera? Un día, señoras. Concedámonos el placer de abrir un pastelito Pantera Rosa, (que es rosa, por el amor de Dios, y no es de fresa, ¿¡de qué puñetas es!?) y deglutirlo como pavos sin remordimiento ninguno. Eso por no decir servirse un copazo, porque ya me han comentado un par de veces en Twitter que tengo una relación demasiado estrecha con el alcohol (por decirlo de una manera elegante).
Y quien dice ceder a la gula, dice ceder a la pereza y no planchar por la simple y llana razón de que no me sale de la cona (amigos gallegos, dejad de pegarme expresiones, gracias). O decirle a un gilipollas que lo es, porque te cabrea y, qué coño, ¡¡es gilipollas!! Creo que nada puede sustituir el placer de decirle a alguien: “eres un comemierda y un subnormal”. Oh, por dios, para, para, que me corro.

Con la envidia, la soberbia y la avaricia soy un poco menos transigente, pero todos tenemos algo en la vida que nos toca las narices. ¿Qué le voy a hacer?

¿Qué hay con la lujuria?, se preguntarán algunos. Bueno. Estoy muy a favor, ya lo sabréis. Llamar a esos amigos con los que, en el fondo, no te apetece mucho comer y decir que cof, cof, estás súper enfermo para después entregarte al fornicio durante una tarde. ¿Por qué no? Otra cosa es cuando la tentación lujuriosa está fuera de tu relación o matrimonio. Ahí cada cual que juzgue por sí solo. Cada cual con su tentación.

"Ven y atrévete, sedúceme, soy lo mejor que va a pasarte" Chenoa, tú sí que sabes.
«Ven y atrévete, sedúceme, soy lo mejor que va a pasarte»
Chenoa, tú sí que sabes.

Y es que, de vez en cuando, hay que hacer las paces con la coqueta hedonista y mandar a hacer puñetas a la sacrificada, que sólo te exige verduras al vapor, gimnasio y buenas virtudes. Hay que ser humanas, leñe. Pero con control, coquetas, que todo el monte no es orégano.

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