Juventud, divino tesoro

Elísabet Benavent

Elísabet Benavent

Juventud, divino tesoro

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El otro día tuve la tremenda suerte (ejem) de disfrutar de un trayecto de tren junto a dos adolescentes en el auge de su edad pavil. Pobres. Lo primero que pensé es: “sé tolerante, Elisabet, tú también pasaste por eso”. Y lo segundo… “pon la oreja”. La conversación era bastante común: a una de ellas le gustaba un chico de su clase que no le hacía caso porque sus padres no la dejaban ir a las fiestas a las que sí iba él. Tenía pinta de buena niña, de estudiosa y de no dar problemas… y me acordé de mí a su edad, cuando mis padres tampoco me dejaban ir a los sitios que molaban porque era demasiado pequeña. “Ya te cansarás de ir a discotecas cuando tengas edad”, me decía mi madre y, como en muchas otras cosas, debo darle la razón. Las discotecas que por aquella época me parecían la leche, ahora son antros que no piso si tengo elección. Eso sí… dame un pub cutre con música de verbena que te lo bailo todo y abucheo al dj cuando el pobre se quiere ir.

Las dos neuronas que tengo viviendo dentro de mi cabeza se pusieron a dialogar sobre el tema de las juergas y la juventud más temprana (porque insisto: ¡aún soy joven! O eso quiero creer) y de pronto me descubrí preocupada por si… no había aprovechado lo suficiente los años locos desde la mayoría de edad hasta la treintena, cuando se supone que una debe empezar a pensar (en la resaca, por lo menos) cuando alguien grita “chupitos”.

Hay cosas que siempre tendré pendientes y que lamentablemente sólo son viables cuando una es adolescente-postadolescente-veinteañera y que sin duda las películas americanas y nuestra imaginación han encumbrado.

  1. Vivir en una residencia de estudiantes. Todos tenemos en la cabeza esos pasillos llenos de púberes (casi todos de buen ver) y fiestas en hermandades con vasitos rojos de plástico llenos de cerveza. Estoy segura de que no es la realidad de las residencias en España (mi mejor amiga estuvo en una de monjas un par de años y las anécdotas no son como de American Pie) pero se me quedó la espinita.
  2. Viajar más, en plan barato y con el ingenio activado a tope para estirar cada euro. Como en los típicos road trips de las películas (en serio, prohibidme ver ciertos films, por mi propio bien) donde se duerme en el coche y todo son amaneceres preciosos, noches locas y diversión. Una vez dormí en un coche. UNA Y NO MÁS, Santo Tomás. Pero nunca me fui de Interrail y me arrepentiré siempre. Ahora me he vuelto un poco señorita con los viajes y tengo la hipótesis de que otra escapada de “mochileo” como Tailandia, acabaría conmigo. O yo con Míster Coqueto.
  3. Compartir casa con mis amigas. Compartí piso un año en Madrid pero no es lo mismo. Hablo de que tus dos mejores amigas llenen las habitaciones restantes de la casa, que los domingos os despertéis unas a otras o discutáis por gilipolleces para terminar compartiendo una tarrina de helado de la paz. Muy idílico en el planteamiento… y lo recordaríamos con cariño, estoy segura, pero conociéndonos, es posible que llegáramos a las manos. Una vez, nos fuimos a la playa una semana y dos de mis amigas casi se pegaron en un Mercadona porque “no habíamos comprado suficientes cebollas”.
  4. Dejarte llevar a sabiendas de que vas a liarla parda. Fui responsable en mi juventud, lo que, sin duda, me ha traído cosas buenas. Fui una buena estudiante (aunque un poco revoltosa, cabe decir), mis padres jamás tuvieron que castigarme (la única vez que iban a hacerlo mi hermana me salvó de la manera más loca posible, otro día os lo cuento) y me pensaba demasiado las cosas con lo que… dejé escapar un par de trenes que no me hubieran llevado a ninguna parte, pero en los que me hubiera divertido en el trayecto.

Después de ese repaso cabría esperar que mi conclusión fuera que NO, no aproveché suficientemente mi tierna juventud (INSISTO: AÚN SOY JOVEN) pero… después vino otra lista. Otra que me puso una sonrisa de oreja a oreja y que me hizo revisar algunas fotos antiguas. Parte de estos recuerdos los suscitaron justo eso, fotos ajenas de gente con la que nos juntamos mis amigas y yo en algún momento de nuestra vida y que han seguido con las suyas. Otra parte, son la memoria viva de esas cosas que compartí con ellas, con mis musas y que llenan mi lista de “cosas que demuestran que disfruté mi juventud”. Si a ti te pasó lo mismo, si fuiste demasiado buena, si tuviste responsabilidades demasiado pronto o si nunca te llamó la atención la juerga y ahora le haces ojitos a las fotos de Harry Styles, no te preocupes. Voy a demostrarte que todos tenemos tesoros que conservar como oro en paño de aquellos maravillosos años.

 

1.Fotos que harían gritar a una cabra.

Admítelo. Tienes fotos tremendas. Fotos de esas que te dan una vergüenza horrible pero que, siendo sincera, mueres de la risa cada vez que asoman la patita. Outfits del infierno, maquillajes imposibles, peinados lamentables y, sobre todo, juergas apoteósicas. Mírate, con un ojo en blanco y otro cerrado, con una sonrisa de gato de Cheshire en la cara, el rímel corrido, despeinada… Sólo puede significar dos cosas: te lo estabas pasando teta y… eres como el vino, chata, cada año estás un poquito mejor.

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¡¡¿Pero qué cojones llevaba puesto en esa foto?!!

2. Recuerdos increíblemente absurdos.

¿Te han manteado en unas fiestas del pueblo? No te preocupes. Es buena señal. Si has rodado por una cuesta como una croqueta, te has teñido el pelo de colores imposibles (o demasiado rubio, que todas hemos caído en ese error), si los camareros de algún garito te saludaban por tu nombre, has estado en una fiesta en la que un pato ha cruzado la calle salido de la nada o has tenido que negociar alguna vez con la policía para que no se llevaran a una amiga tuya… ¿qué más quieres? Ninguna juventud es como la de las películas pero todas tienen un verano/noche/semana/año de cine.

3. Vacaciones con amigas (aunque duraran un fin de semana)

Trabajé durante todas mis vacaciones desde los diecisiete (excepto el verano de los dieciocho que lo invertí en pasármelo teta) hasta hoy, pero ahora que lo pienso, es increíble cómo podía dar tanto de sí la vida para que los horarios, los días libres, las noches… dieran para tanto. Escapadas sin horarios (todos hemos desayunado macarrones a las ocho de la mañana alguna vez, admítelo). Siestas en la playa. Atardeceres sentada junto a dos o tres amigas, pensando en el futuro, sí, ese cabrón que ya está aquí y que trajo muchas responsabilidades bajo el brazo. Veranos en los que nos conocimos a fondo a nosotras mismas.

4. Amores de verano.

Quien no haya tenido uno, que tire la primera piedra. Ays, esos amoríos de calor, playa y descubrimiento que en lo más hondo de tu ser sabes que no llegarán a nada pero que cuidas como si te fuera la vida en ellos. Paseos cogidos de la mano. Noches con los morros pegados mientras suena una canción horrible en una verbena. Peleas. Reconciliaciones. Y… despedidas. Siempre he pensado que estos amores de verano son el germen de lo que sabremos del amor. Nos despiertan a él. Nos hacen ser quienes somos. Nos dan recuerdos que, a pesar de los años, no pierden el brillo.

5. Errores.

Si los cuento con los dedos de la mano aún me sobran unos cuantos, pero he de decir que los errores que cometí, los cometí pero bien. No hablo de liarla pardísima. Ya he comentado que esa asignatura me la dejé pendiente. Hablo de darse a la persona equivocada, sobre todo. En ocasiones se disfrazaron de amor de verano, pero se quedaron solamente en “ano”, por decir algo. Con esos errores aprendimos que lo importante es conocerse a una misma para no creer que eres quien los demás te dicen que debes ser.

6. Anécdotas.
Sí, esas cosas absurdas que cuando recuerdas en una cena con amigos hacen saltar doscientas carcajadas. Esas cosas que te dan un poco de vergüenza pero que te partes al compartir. ¿Te han echado alguna vez de un karaoke? ¿Has terminado sentada en la parte de detrás de un coche de policía… sin estar detenida? ¿Has hecho un “simpa”? ¿Te has metido a hurtadillas en una piscina a darte un baño y te han pillado? ¿Has bebido de más alguna noche y hecho tonterías? ¿Te enamoraste de quien no debías? ¿Hiciste alguna vez el ridículo delante de más gente de la que te gustaría? ¿Bebías “Peché con naranja” o “Martini con limón”? Si has probado el Licor 43 con lima o el Malibú con zumo de piña… querida, has tenido juventud.[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column][vc_single_image image=»1978″ alignment=»center» css=».vc_custom_1473359272158{margin-top: 30px !important;}»][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column][vc_column_text]

“Malibú con piña pa’tu madre”.

7. Amigos de sangre.

Compañeros de estudios, amigos del barrio, colegas de veraneo o gente que te cuesta recordar dónde conociste pero que todavía está a tu lado. Creo que es lo más importante de esa época tan dorada: encontrar gente con la que contarás el resto de tu vida. Después sigues conociendo personas que se convertirán en importantes, pero hay algo casi mágico en ese vínculo de la “amiga de toda la vida”. Son la piedra angular de los recuerdos, el hombro sobre el que lloramos ciertas nostalgias. Nuestra gente. Cualquier juventud estuvo bien aprovechada si volviste de ese “viaje” con al menos un amigo de sangre.

 

8. Noches en vela.

Mi madre consideraba que me gustaba demasiado dormir, pero es que yo tenía que acumular horas de sueño para esas épocas en las que dormir cuatro horas era un lujazo. Los exámenes. ¿Te acuerdas de ese susto al mirar la agenda y descubrir que tenías una semana menos para estudiar de la que pensabas? Las noches con Redbull (algún día os cuento por qué no puedo volver a tomarlo…) y la luz del flexo encendida. Las madrugadas en esa biblioteca que no cerraba. Los exámenes con legañas y sin haberte lavado la cara.

Y luego estaban las otras… las más divertidas en las que ni Redbull ni café: un copazo y nuestras mejores galas (aunque es posible que esto nos recuerde al punto 1, y que tengamos fotos que atestigüen que las modas son muy malas). ¡Ay, qué bonito era perder esas horas de sueño que ahora envidiamos tanto! Si te has levantado alguna vez a las tres de la tarde, querida… lo aprovechaste.

examen“No voy a aprobar, tíaaaa” “Tómate otro Redbull y verás qué bien!”

Pero… ¿sabes lo mejor de aprovechar bien la veintena? O desde los quince. O desde los treinta. Aprovechar el tiempo en general. Que ahora, cuando miras atrás, aunque sientes algo de nostalgia, has aprendido mucho. Y son cosas muy valiosas.

  1. La piel tiene memoria. Desmaquillarse no es un mito.
  2. Te costó aprenderlo pero… el zapato plano para una noche de marcha es GENIAL.
  3. Los combinados muy dulces engordan y dan más resaca. Palabrita.
  4. Lo que los demás opinen por ahí de ti no es la persona que eres.
  5. La crítica habla más de la persona que la emite que de la criticada.
  6. El chico malo da problemas. El bueno te hace feliz.
  7. Nunca hay que comprar al tuntún. Llevarte una prenda sabiendo cuándo te la podrías poner y con qué… es saber comprar.
  8. La gente se divide en: conocidos, colegas, amigos y hermanos. No hay que confundir unos con otros.
  9. Nada tiene edad: ni la amistad ni el amor ni las modas ni los grupos de música.
  10. La vida es demasiado corta como para tomársela demasiado en serio.

Así que guardemos los recuerdos con cariño, pero no nos aferremos demasiado a ellos. Creemos algunos nuevos. Aprendamos de cada paso. Seamos nosotras sin miedo a serlo y seamos condenadamente felices.

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