Fin de semana perdida… y encontrada.

Elísabet Benavent

Elísabet Benavent

Fin de semana perdida… y encontrada.

cabecera-Refugio

No soy muy de estas cosas. No me gusta escribir en el blog cosas como lo que hago los fines de semana o qué como o qué me pongo. Sigo muchos blogs que hacen este tipo de publicaciones y soy muy fan, pero yo nunca me he considerado demasiado interesante de puertas para dentro. Por eso no soy de contaros experiencias como estas, pero necesito compartir este “fin de semana perdida”.
Como ya dejé escrito en este blog, nos vamos convirtiendo en personas ultra exigentes con nosotras mismas. Ay, coquetas, cómo somos. Es agotador, ya lo sabréis; porque asumimos responsabilidades que no tendríamos por qué cargarnos a los hombros y llevamos una mochila imaginaria que cada vez está más llena. Como a vosotras, a mí también me pasa. Nueve horas (diez si contamos con la hora de descanso para comer) metida en una oficina en la que, si algunos despachos no están abiertos, ni siquiera veo la luz del sol; mi casa, con las responsabilidades domésticas normales que conlleva, con dos gatos, a los que no sólo quiero alimentar y mantener sanos, sino que quiero mimar y a los que dedico algunos de los momentos más dulces de mi día a día. Mi marido, mi familia, mis amigos, que, paradojas del destino, aun ser lo más importante, quedan relegados detrás de una lista interminable de cosas por hacer. Y al final, el resultado es que a mis padres sólo puedo dedicarles la llamada de cinco minutos de rigor cada noche, a mi marido, la hora de la cena y la poca conversación que doy cuando mi contador vital está llegando a cero y a los amigos… a los amigos a veces menos que nada. Un mensaje en Facebook. Una nota de voz en Whatsapp. Un mensaje.
Sumémosle este vicio que tengo de escribir, el seguimiento de las redes sociales (Twitter, Facebook, Instagram) y mi blog, al que invierto un par de horas mínimo cada vez que posteo…
Al final, BetaCoqueta está en todas partes de mi casa, de mis trayectos de metro, de mi vida en general, pero a veces me cuesta encontrar a Elisabet.
Por eso y porque Mr.Coqueto también trabaja muy duro todos los días de la semana, a veces lejos de casa, decidimos que teníamos que escaparnos. No somos amigos de San Valentín, pero coincidió con el único fin de semana libre en el que coincidíamos los dos. Buscamos algo que nos gustara, que no estuviera lejos de Madrid y donde pudiéramos simplemente respirar hondo y no hacer nada. Al final, por carambolas del destino, encontramos “El refugio de cristal” y tras una llamada de teléfono, hicimos la reserva.

Salimos de Madrid el viernes por la tarde, contentos y más y más relajados conforme nos alejábamos de la que es nuestra ciudad de adopción y los teléfonos perdían cobertura. El único problema es que no previmos perdernos dos veces en los alrededores de Toledo (porque somos un poco monguers interpretando el GPS) y empezamos a estar apurados de gasolina. Llegamos a Hontanar, pueblo en el que está el refugio, con la mitad de la reserva y la sospecha de que el día siguiente tendríamos que apurar muy mucho para encontrar una gasolinera. Así que, si no queréis emociones innecesarias, ¡mejor poned mucha gasolina al salir!
El caso es que esta casa está situada en un valle, entre montañas y colinas. Se accede a ella a través de un camino rural poco iluminado pero que no supone ningún problema si se va con ojo, como toda carretera que no se conoce. Nos recibió Álvaro, el dueño de la casa y nos dio una calurosa bienvenida, enseñándonos la habitación, dándonos los horarios del desayuno y deseándonos un buen fin de semana.

Vistas desde la "terracita" de nuestra habitación
Vistas desde la «terracita» de nuestra habitación

Nuestra habitación, que se llamaba Orión, era amplia, sencilla pero elegante, con una cama enorme, una pared cubierta de un bonito papel pintado y con una ducha preciosa y grande en la que… aviso… caben dos personas.
Esa noche no cenamos en su pequeño “restaurante” porque llegábamos muy justos y no habíamos reservado. Pero llevábamos nuestra mítica cesta de picnic (de las tradicionales, de mimbre y con forro a cuadros rojos y blancos) llena para una cena especial. De eso me encargué con una compra rápida antes de ir a recoger a Mr.Coqueto a su trabajo. Una botella de nuestro vino preferido, una tortilla de patata, algunas patatas fritas, parmesano con nueces y tomate seco, sándwiches de humus, unas galletitas, zumitos… Llevé hasta un mantel para la mesa, unos cubiertos de plástico, servilletas, salero, especias, aceite de oliva al romero… Cuando lo tuve todo puesto encima de la mesa mi marido me miró con los ojos como platos y abrazándome me dijo “Nunca dejas de sorprenderme. Qué buena madre vas a ser. Esto es perfecto.”
Empezaba bien la noche.
Y la seguimos bien, gracias. Jajajaja.

Nuestra habitación
Nuestra habitación

Salimos a terminar el vino a la pequeña “terracita” de la habitación, con vistas a la sierra en penumbra en aquel momento. Nos encendimos un cigarrillo, que fumamos a medias y fuimos a la cama de nuevo, donde caímos como moscas después de ver una película en nuestro ordenador portátil.
Por la mañana llovía y los caminos estaban embarrados, lo que no minó nuestro ánimo. ¿Qué más daba? Y la primera sorpresa del día, el desayuno que nos ofrecieron Álvaro y su mujer, en el pequeño salón de la zona común, donde sólo tienen cuatro mesas. Y allí, en esa intimidad, sirvieron bizcocho de limón casero, zumo de naranja recién exprimido, café, tostadas calientes con tomate o mermelada, unos pequeños vasitos de yogur de fresa con cereales y nos ofrecieron huevos revueltos.
Salimos a solucionar el tema de la gasolina. Íbamos un poco preocupados por si no llegábamos a Gálvez, el pueblo más cercano con gasolinera, pero desde el refugio nos ofrecieron todas las facilidades. Llegamos bien (después de que mi marido desempolvara todas las tretas que sabía para gastar menos gasolina) y después de llenar el depósito nos tomamos una caña, visitamos una ermita visigoda del siglo IX y nos acercáramos a un castillo, al que no pudimos llegar porque el camino estaba cerrado. Fue en aquel momento me di cuenta de que había salido del refugio vestida con lo que había servido como pijama (mallas y una camiseta) con las zapatillas de tachuelas, el abrigo encima y… sin rastro de bragas ni sujetador. Que nadie me pregunte por qué, porque yo tampoco lo sé.
Comimos, de vuelta a Hontanar, en un pequeño Bar que se llama “De la tierra”. Sí, yo sin ropa interior, pero con el abrigo puesto. Creo que sólo tienen cinco o seis mesas y los dueños no pueden ser más amables. ¡Y los baños no pueden estar más limpios y relucientes! Sorpresas de la vida, allí sí sabían perfectamente lo que implicaba ser vegetariano (ya sabéis que Mr.Coqueto lo es) algo que no siempre tenemos la suerte de encontrar en Madrid. Nos prepararon una ensalada templada con pimiento (y la ventresca a un lado para que mi marido también pudiera comer ensalada) huevos rotos (con el jamón también aparte) y patatas bravas. Y lo regamos todo bebiéndonos unas cervezas. Una comida sencilla pero bien hecha. Las patatas estaban crujientes, nada aceitosas, la ensalada bien aliñada y los huevos buenísimos. De postre compartimos una copa de crema de yogur con fresas naturales y brindamos con el dueño con unos chupitos de orujo casero, fuerte como el fuego pero riquísimo. Nos quedamos tan encantados que les dejamos una nota, cuando nos fuimos, dándoles las gracias por la comida y el servicio.
En el refugio de nuevo, vimos una película, descansamos, mi marido se durmió un ratito y yo leí cosas que tenía aparcadas. A las nueve y media teníamos cita para cenar en el pequeño restaurante del refugio, donde nos sirvieron unas ensaladas buenísimas con queso de cabra, vinagreta de cebolla caramelizada (si no recuerdo mal) y petazetas (con los que atenté contra la vida de mi marido al morder uno y lanzárselo contra la cara) Fue en defensa propia. 
De segundo él comió un risotto de setas y yo una merluza al horno. Todo buenísimo. Y además disfrutado a tope porque nos dio un ataque de risa recordando las mañanas en las que me burlo de mi marido porque hace cosas raras en sueños. De postre un flan de nata casero y a dormir con las barrigas llenas. O no. XP
El refugio ofrece una actividad para ver las estrellas desde un telescopio, pero como estaba encapotado, no pudimos. Bueno, yo quiero pensar que las vimos de otra manera.

Y así, sin maquillar y relajada pero... ya con ropa interior.
Y así, sin maquillar y relajada pero… ya con ropa interior.

El día siguiente, como es natural, no nos apetecía nada volver a la rutina. Álvaro, el dueño, un exurbanita madrileño, montó aquel refugio para gente como nosotros, que escapa para darse el placer de descansar de verdad al menos dos días al año. Sé que repetiremos en Mayo, cuando podamos salir a hacer algunas de las rutas de senderismo que recorren el valle y rodean la casa. Y os animo a que elijáis este tipo de alojamiento, tan casero y personal, antes de grandes complejos hoteleros en los que, puede que tengan bañera con hidromasaje, pero se pierde el alma de las cosas.
Antes de marchar de vuelta pasamos por la quesería de la zona. Vimos gatos, perros, gallinas, gallos, cabras y pequeños cabritos recién nacidos. Nos contaron cómo se hacía el queso allí, de manera natural y cómo estamos acostumbrados a tomar otros productos que ni siquiera llevan un 10% de leche, pero que los supermercados venden bajo el mismo nombre. Yo me convencí; no voy a volver a comprar queso en grandes superficies. Ya me he enterado de que cerca de Alonso Martinez hay una quesería que vende productos de verdad y no esas mezclas de fécula de patata y potenciadores de sabor a la que estamos acostumbrados.
Al volver a casa encendimos los teléfonos móviles otra vez, con aire resignado. Cuando nos fuimos no estábamos seguros de poder resistir la tentación de entrar un momento en internet y enterarnos de cómo iba el mundo. Y ahora, cuando debíamos volver a sumergirnos, no nos apetecía nada.
Eso sí, hicimos la vuelta gradual. Nos echamos en la cama, con nuestros gatos, a darles mimos y a hablar sobre este post, que se merece El refugio de cristal, por hacer las cosas tan bien y el pueblito de Hontanar, por proporcionar ese paréntesis de la vida urbana.
Y aunque soy muy celosa de algunas parcelas de mi vida privada y este fin de semana fue muy nuestro, lo comparto con vosotras porque sé que, como coquetas autoexigentes, también necesitaréis desconectar. Os dejo el link para que podáis echarle un vistazo a su página web. ¡Os prometo que no me llevo porcentaje! Es sólo que me gusta la idea de que, gracias a mi recomendación, viváis una experiencia tan buena como la nuestra.
http://www.elrefugiodecristal.com/index.php
Gracias por leerme, coquetas

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