El peor día de mi vida… o casi

Elísabet Benavent

Elísabet Benavent

El peor día de mi vida… o casi

Cabecera-novia

Siempre he sido una mezcla entre una princesa Disney (ñoña, purpurina y unicornios pintados de rosa) y un Gi-Joe (más bruta que un arao, de las que eructan fuerte después de beberse una cerveza de tres tragos). Mi parte repipi siempre soñó con una boda como las de la realeza europea… o mejor, ¡como las bodas americanas! Si tenéis Pinterest y navegáis de vez en cuando por allí sabréis a lo que me refiero. Cómo se lo montan en los States… madre de Dios. Veo esas cosas y me da la sensación de que me casé en la Comarca (la de los hobbits con pies peludos) mientras que ellas lo hacen en las increíbles tierras de Rivendel (las muy elfas). Pero lo que me hace hablar de esto hoy es mi parte Gi-Joe, que fue la que salió a relucir el día que fui a buscar vestido de novia.
(Tranquilos hombres que lleguen a este post, no es ESE tipo de artículo, no os bajará la regla al leerme… creo)

Hay ciertos hitos en la vida de una chica que, se supone, tienen que ser la repanocha. El equivalente en experiencia vital a un donut glaseado de buena mañana (perdonadme, es que estoy a dieta y tengo más hambre que el perro de un ciego). Entre esos días están cosas como nuestra primera vez y un montón de otras experiencias que me hacen sentir un poco hombre. Sobre las expectativas sobre la primera vez ya hablaremos otra semana, que también tiene matraca. Pero a lo que me refiero, que no me estoy explicando demasiado bien, es que el día que escogemos vestido de novia se supone que pasará a los albores de nuestra historia como uno de los días más especiales. Ejem, ejem. Dejadme que lo dude. De ahí el título de este post. El día que salí con mis padres y hermana a comprar mi vestido de novia fue uno de los peores día de mi vida. Ahora cedo el mando a mi parte con pene para que os lo cuente bien.

Corría el mes de enero de 2009 y en Madrid hacía un frío del que pela los cojones, que yo no tengo, pero mi parte masculina sí. Como toda novia que se precie (o al menos es lo que dice una amiga mía) yo estaba a dieta, pero no había obtenido muchos frutos. Vamos, que estaba rellenita de anchoa, como las aceitunas, por no decir que entre las lorzuelas de mi espalda se podían abrir nueces. No es buen punto de partida para ir a comprar nada de ropa y mucho menos un vestido de novia. Pero algún día tenía que ir.
Vinieron mis padres y mi hermana para tan insigne fecha. Mi padre estaba de un humor extraño; igual se reía que se quedaba mirando al infinito con cara de acelga. Mr. Coqueto siempre les ha gustado mucho (miento, cuando lo presenté en casa con piercing, cresta y los pantalones por debajo del culo no les gustó tanto) pero hay que entender al hombre. Se casaba su hija pequeña.
Mi hermana y mi madre, sin embargo, estaban bastante emocionadas. Creo que estaban más emocionadas que yo. Ese asunto se hubiera solucionado si me hubieran dejado emborracharme, pero mi madre no lo vio con buenos ojos, no entiendo por qué.

Cosas por las que no debes elegir el vestido de tu boda (ni el de las damas de honor) estando borracha.
Cosas por las que no debes elegir el vestido de tu boda (ni el de las damas de honor) estando borracha.

Comimos en el centro y después nos fuimos a la primera tienda en la que teníamos cita: Rosa Clarà, en la calle Arenal. Si no me cogí a los marcos de las puertas para no tener que entrar fue de milagro.
Allí una chica muy amable nos recibió y nos sacó unos catálogos. Se respiraba azúcar en el ambiente. MAL. FAIL. CACA. No me gustan esos sitios tan cuquis donde todo el mundo parece sospechosamente demasiado feliz. Dejadme, soy un poco rarita.
Yo tenía, como nos suele pasar a casi todas, una idea muy concreta en mi cabeza. MAL. FAIL. CACA OTRA VEZ. Cuando se lo expliqué, ella me dijo que sacaría un par de diseños como lo que entendía que quería y algunos otros.
Y ahí empezó mi calvario.
Lanzo una pregunta al aire… señores responsables de tiendas de trajes de novia… ¿por qué solamente tienen vestidos talla Barbie? ¿Qué pasa con las que tenemos tipo de muñeca repollo? ¿Nos jodemos?
Pues sí. Yo me jodí, vamos.
Me metieron en un probador lleno de espejos, me obligaron a desnudarme y me pusieron un cancán tremendamente ceñido que marcaba hasta la ropa interior de la matrona que atendió el parto de mi madre. Si a los de Guantánamo aún no se les había ocurrido, aquí tienen la idea para una tortura de puta madre. Pon a una chica talla 44 en un espacio cerrado lleno de espejos y una iluminación inmisericorde delante de su madre y su hermana delgada y deja que una desconocida entre y salga a su antojo. Ganas de morir conseguidas.
Si no había suficiente con este sufrimiento, la dependienta llegó con los modelos que le habíamos pedido y cometió el tremendo error (y horror) de intentar ponérmelos. ¿Os habéis quedado alguna vez atrapadas dentro de ochocientas capas de tela blanca? Yo casi. No veía la salida. Creo que hasta hiperventilé.
– ¡¡Socorro!! – grité.
Mi hermana a esas alturas no podía dejar de reírse. Diría que es una cabrona, pero yo en su lugar hubiera hecho hasta fotos. Mi madre comedía la risa como podía, la pobre.
Finalmente me sacaron y, como el vestido no abrochaba ni rezando, me lo colocaron con unas pinzas enormes. Y… ahí empezaron los retortijones. Cuando me vi en el espejo no pude evitar morirme de la risa: parecía una madame de prostíbulo. Ale, el siguiente, señorita.
Retortijón.
El segundo era una cosa sencilla, sencilla. Tanto que parecía un camisón. Un camisón tremendamente incómodo y caro, he de decir. Adiós muy buenas. Traiga a la siguiente víctima.
Retortijón. Piel de gallina. Retortijón.

"Vale, traed el siguiente vestido, estoy preparada"
«Vale, traed el siguiente vestido, estoy preparada»

El tercero era exactamente la idea que yo llevaba. Un vestido sencillo en blanco roto con un “abriguito” de encaje francés que estaba muy de moda en aquella época. No quería saber nada más de aquel asunto (y sobre todo de la decepción de unas expectativas mal gestionadas) y como me pareció aceptable y a mi madre y a mi hermana también, le di el ok. Retortijones sin tregua.
Cuando ya creía que podría ir a casa a ponerme el pijama, mi hermana decidió que, ya que teníamos hora en Pronovias, alargáramos un poquito más aquella agonía. Total… ya estaba a punto de cagarme encima.

La parte moñas, purpurina, arco iris y bebés disfrazados de caracol que hay dentro de mí os dirá que fue una señal dejar de encontrarme mal cuando mi hermana eligió un par de vestidos esta vez. La parte hombre, peludo con cojones colgando os dirá que se debió a salir de prendas de ropa cuatro tallas más pequeñas que la mía.

Repetimos ceremonia de cancán tremebundo, con la diferencia de que esta vez tenía una especie de aro a los pies y me dediqué a hacer el gilipollas encima de la tarima, imitando a una vedette de los setenta mientras cantaba “agradecida, emocionada, solamente puedo decir… ¡gracias por venir!”. Para quien no conozca semejante hit, aquí os lo dejo. (Minuto 1’30)

Después dos fracasos absolutos más o disfraces de repollo que ratificaban mi idea de haber elegido ya mi vestido de novia…

"Mamá... estoy horrible"
«Mamá… estoy horrible»

Pero llegó el modelo en el que mi madre y mi hermana habían estado de acuerdo.

– No quiero probarme más. – les pedí. – Terminad con esta tortura o degolladme.
– ¿¡¡Pero qué te pasa!!? – me preguntó mi madre ofuscada.
– ¡Pues que me siento disfrazada!
– ¿Y qué quieres? ¿Casarte con un pijama de franela?
Me pareció una ideaca de narices. Casi vi la cara de Mr. Coqueto cuando me acercara al altar con un dos piezas de franela a cuadros rojos, grises y blancos.

Pero probarme el último vestido fue un acierto porque, poniéndome ñoña diré que aquel traje de novia era MI TRAJE DE NOVIA. No podría haber otro nunca. No porque el destino nos hubiera juntado en una tienda de la calle arenal en Madrid, sino porque me hacía cintura, lucía un poco de canalillo y me tapaba los brazacos. Y porque era precioso, coñi. (¿Notáis la lucha entre las dos partes de mi ser por describir la escena? Mierda de sueños de princesa)

Vale, probablemente he exagerado un poco y no fue el peor día de mi vida, pero está en el top 10. Así que en un derroche de buenas intenciones y para cerrar este post absurdo, aquí están mis ideas a tomar en cuenta para quien se dedique a este negocio:

1. Tallas humanas para los vestidos, gracias. No veo a muchas mantis religiosas ir a probarse vestidos.
2. Iluminación un poco más amable. No me apetece ver la sombra de una estría que me saldrá dentro de cinco años.
3. Gin-tonics o chupitos de absenta para la novia.
4. Penes. Así, gratuitamente.
5. Farmacia dentro del establecimiento con cosas como ansiolíticos y Fortasec.
6. Milo Ventimiglia como asistente para las novias. No de los que ponen los vestidos, sino de los que ayudan a quitártelo. Alegría que te llevas.

"Hola, nena. Dicen por ahí que tienes problemas para quitarte ese vestido... ¿dejas que te ayude?" Y YO YA!!!!
«Hola, nena. Dicen por ahí que tienes problemas para quitarte ese vestido… ¿dejas que te ayude?»
Y YO YA!!!!

Y con esto y un bizcocho… ¡se os quiere!

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