Conocí a Anna en una situación extraña. Estábamos en una casa de madera en mitad de la montaña (pueblo más cercano a cinco kilómetros) celebrando el cumpleaños de una amiga en común. Yo andaba algo inquieta porque había mucha gente que no conocía, me quedaba poco tabaco y la casa me daba miedo, pero nos sentamos en el sofá, nos sonreímos y nos fumamos un cigarrillo juntas, contándonos un poco la vida. Me cayó bien al instante. Es una de esas chicas dulces y dinámicas que sabes que conseguirán aquello que se propongan. Y ese es el motivo por el cual estoy escribiendo este post; no solo a modo de apoyo a una iniciativa emprendedora de alguien a quien aprecio, sino porque me parece que Anna ha tenido una gran idea que además enlaza con el espíritu de este blog: el coquetismo exacerbado, como diría mi señor marido.
La segunda vez que vi a Anna fue el día que medio Madrid estaba reunido en la Puerta de Alcalá (mírala, mírala) pegándose un fiestón a costa de la candidatura de Madrid a las Olimpiadas. Mientras todo esto sucedía, una panda de insurrectos nos fuimos al bingo de Princesa a jugarnos unos duritos y a beber barato, compitiendo con abuelas capaces de jugar cinco cartones a la vez. Así iba yo cuando aparecí en la fiesta de después que celebró un colega de Óscar en su piso. ¿Por qué os cuento que aparecí bastante pedo en una fiesta en la que estaba Anna? Pues porque por aquel entonces yo tenía un conflicto armado abierto contra mi pelo y ella, sentándose a mi lado en el sofá me dijo que podía ayudarme. Lo siguiente que recuerdo es que yo me bebía un gin-tonic sentada en el wáter mientras Anna me cortaba el pelo en seco con unas tijeras de cortar las uñas… Todo apuntaba a que aquello podría ser una de mis decisiones kamikazes, pero lo cierto es que el día siguiente, cuando me peiné, me di cuenta de que aquel era sin duda uno de los mejores cortes de pelo que me habían hecho.
He repetido, cortándome el pelo con ella con una copa de vino y eso me parece ya por sí solo suficientemente significativo porque soy de las que van a la peluquería con el culo tan apretado que… ni el bigote de una gamba. Yo, cuando me cortan el pelo sufro, sufro mucho por miedo a salir pareciendo un repollo, imbécil o la teniente O’Neal. Con Anna esto no me pasa. Buena señal, ¿no? Y fue así como un día, tomándonos un verdejo frío en El café de la luz, me habló de su proyecto y yo me enamoré un poquito porque… ¡es todo tan coqueto!
Anna Coll, es peluquera y maquilladora y ha desarrollado buena parte de su carrera en Alberto Cerdán, donde ha tenido la oportunidad de trabajar en pasarelas de moda, sesiones de fotos, rodajes… Es especialista también en recogidos, corte y peinado. Y ahora es una mujer emprendedora que ha tenido una gran idea coqueta.
Contextualizado el tema, os cuento que este pasado sábado, Anna nos invitó a mí y a cinco chicas más a una Beauty Party al más puro estilo coqueto. Teníamos que acudir con la cara lavada, el neceser con nuestro maquillaje y ganas de aprender y echarnos unas risas. Cuando salí de casa arrastrando el baúl de la Piquer lleno de pinturas, mi señor marido llamó la atención sobre la evidencia: “igual te estás pasando”, así que volví y comprimí todo lo que pude en dos bolsas de aseo y me fui.
Anna nos recibió en un salón blanco, precioso, decorado y preparado. En la mesa de centro, nos esperaban unos cupcakes de chocolate con cobertura de chocolate blanco, galletas bañadas, merengues con frutas y nubes recubiertas de chocolate blanco. Eso y dos botellas de cava rosado que descorchamos pronto, brindando por ella mientras yo evitaba mirarme en los espejos. Sin maquillar creo que soy lo más parecido a un topo que hay sobre la faz de la tierra.
El objetivo de la fiesta, además de ponernos tibias a cava y a dulces con unas amigas y echarnos unas risas, era aprender a maquillarnos. Anna nos preguntó qué era lo que más nos interesaba y nosotras decidimos centrarnos en un maquillaje de noche, con efecto ahumado, porque cuando lo intento yo en casa acabo pareciendo Batman con resaca. Tomando de modelo a una de las chicas, nos enseñó los pasos principales, parando a especificar cómo hacerlo en cada uno de nuestros casos en función a nuestras facciones o gustos. Y con nuestro propio maquillaje, lo cual es una gran idea porque muchas veces tenemos los cajones llenos de productos a los que no sabemos sacarles partido. Además, Anna no va sponsorizada por una marca, por lo que no intenta venderte nada: si te dice “necesitarías hacerte con unos polvos traslúcidos y los mejores son x”, sabes que no hay ninguna motivación oculta bajo esa recomendación.
Fue muy divertido. Yo me aposté en una de las esquinas de la mesa, controlando la zona del cava y atenta a las indicaciones. Hablamos de preparar la piel (copita de cava), de fondo de maquillaje (galletita), de las necesidades específicas de cada una de nuestras pieles (cava para bajar la galletita), de cómo maquillar los ojos en cada caso (copita de cava), de colores (miro a mi amiga Cristina y le digo que la quiero, exaltación de la amistad), de productos, pinceles (¡¡necesito hacerme con un pincel plano!!)… y entre carcajadas y demás, aprendí truquitos que atesoraré siempre. Como por ejemplo que es esencial tener un buen rizador de pestañas que, aunque parece un arma de tortura medieval, es la base del buen acabado del conjunto del maquillaje.
Despedidas de soltera, despedidas de casada, cumpleaños, tardes de hastío o jornadas “pre-voy-a-salir-de-marcha”. Le veo tantísimas aplicaciones a este tipo de fiestas… son sencillas, glamurosas y divertidas. El precio de la fiesta es de 25 euros por persona (mínimo 5 personas), 30 euros si se quiere catering, lo que me parece bastante asequible hablando de una clase de automaquillaje personalizado. Yo he hecho alguna otra en el pasado y he salido de allí con los bolsillos llenos de grillos.
Sabéis que no tengo por costumbre escribir este tipo de post referencia, que soy más de divagar sobre cualquier cosa como si me hubiera puesto hasta las cejas de absenta, pero me parece importante la idea que transmite todo esto. Y es que, nosotras, coquetas, podemos hacer lo que queramos. Emprender, soñar, viajar, vivir la maternidad o trabajar por cuenta ajena, lo que nos dé la gana, pero preguntándonos previamente si lo que hacemos nos hace felices. Sé que soy un poco pesada con este tema, pero soy muy así, muy “Mr. Wonderfull” para algunas cosas y creo a pies juntillas que lo único que da sentido a la vida es la búsqueda de la felicidad. Nos hace fuertes, mejores personas y facilitadores de la felicidad de los que nos rodean. Y Anna es una valiente que se merece consideración por una buena idea hecha y desarrollada con mimo y esmero. Pronto tendrá su propio blog, al que me haré adicta sin duda alguna.
Así que, coquetas, ¿os apetece daros un mimo? Una beauty party es una ocasión genial para recordaros que, a veces, lo que hace girar el mundo es un pequeño momento de felicidad. Y por cierto, salí tan zen de allí, tan convencida de esto, que Mr. Coqueto y yo tenemos ya programada la siguiente escapada al refugio de cristal, del que también os hablé en este blog.
Espero que, aunque este post sea muy diferente a los demás, os haya gustado o dado alguna idea para esas tardes de chicas en las que, muchas veces, una no sabe qué hacer.
Os adjunto algunas fotos de la sesión del sábado pasado. Mi total agradecimiento al fotógrafo, Mr. Juan Ángel Martos (@angelMartos), artista con mayúsculas.
Contacto Anna: @collReina