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Soy una persona un pelín cobarde para ciertas cosas. Bueno, quizá cobarde no sea la palabra. Más bien… angustias. Sor Angustias de la Cruz para más señas. Muchas veces vivo acongojada por ideas que me rondan la cabeza, por miedos e inseguridades que, como buena coqueta, me persiguen por el día y a veces hasta se disfrazan por la noche y se cuelan en sueños que podrían ser mucho más placenteros. (“Oh, sí, Milo, sigue dándome el masaje…” ya sabéis)
El caso, que me pongo a escribir y me lío, es que tengo miedo a perder la capacidad de sorprender. Me gusta hacerlo, arrancar una sonrisa porque sí un día a mi marido con una nota totalmente absurda y delirante pegada a su tupper de la comida, un mensaje al móvil de mi padre o una nota de voz por whatsapp a alguien que sé que se reirá a la gana.
Con esto de escribir, pasa lo mismo. Temo como a la muerte el día en que todo lo que escriba se vuelva predecible. Hay cosas que por más que quieras enrevesar, siempre acaban viéndose venir, pero lo que me preocupa es no conseguir, jamás, en ningún giro, ningún diálogo, ningún capítulo, un latigazo de emoción en quien me lea.
¿Y a qué viene todo esto? Viene a que, hola, estoy aquí, y tengo una sorpresa para vosotras.
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