Despidiéndome
No lo hablé con nadie. No fui a llorar al regazo de Carmen, ni de Lola, ni de Nerea. No les confesé que, además de ser una perra infiel, me habían pillado. No les conté que a pesar de todo Bruno se había dejado caer moralmente de rodillas para suplicarme que pensara bien lo que estaba haciendo con mi vida. Y no lo hice, porque en aquel momento ni siquiera yo sabía si merecía la pena tomar una decisión al respecto o dejarlos ir a los dos y empezar de cero. Creo que nunca he sido menos persona que entonces. Era sólo un algo. Un algo que no conseguía hacer nada bien. ¿Cómo había llegado a aquella situación? ¿Cómo había llegado a hacer daño a Víctor y a Bruno a la vez?
Bruno se marchó a Asturias aquella misma noche. Recogió sus cosas y se fue. No quiso dormir conmigo, ni siquiera estar entonces en la misma ciudad. Confesó que le desgarraba imaginarnos a Víctor y a mí juntos.
– Joder, Valeria. Yo te estaba esperando en casa. Yo estaba en casa, como un gilipollas, haciéndote un hueco en mi vida, queriendo ser tu hogar. Y mientras yo pensaba en ti, tú te acostabas con él.
Estaba en todo su derecho de reprocharme aquellas cosas. Se llamó jodido imbécil dos mil veces y me di cuenta entonces de cuánto me quería porque, para lograr perdonarme, se estaba culpando a él.
Cuando estaba cruzando el quicio de la puerta me eché a llorar. Sollocé. Me desbordé por entero por todas las cosas que había vivido tan intensamente durante esos meses. Me habéis leído hasta la saciedad y sabéis que soy alguien que aguanta las lágrimas y que, quizá por orgullo o quizá por vergüenza, gusta de llorar sola. Pero no pude esperar a que cerrara la puerta, porque tal y como hice en el hotel de Valencia cuando imaginé a Víctor haciendo su vida sin mí, imaginé a Bruno volviendo solo a Asturias, dando carpetazo a aquella historia, culpándose. Y por fin me vi a mí… sin él.
Corrí hacia él y le agarré de la manga. Por favor, por favor, sollozaba. Y ni siquiera sé qué le estaba pidiendo. Pero él sí lo sabía.
– Joder… no me hagas esto. – murmuró.
– No te vayas así. No… no quiero.
Me encaramé a él, lloré pegada a su cuello. Le olí. Olía a volver a tener ilusión en algo. Olía a su casa de Asturias y a construir desde cero una cosa entre los dos. Olía a… paz. Y sin que viniera a cuento, mi cuerpo reaccionó y… le deseé.
– Me voy a ir. – dijo separándome de su cuerpo y mirándome, muy serio. – Me iré a casa. Y esperaré. Porque te quiero y porque me niego a que esto acabe con nosotros. Puedes querernos a los dos. Eres humana y tienes derecho. Pero no puedes tenernos a ambos. Piensa en tu futuro y dónde te ves dentro de diez años. No importa que yo no salga bien parado de ese supuesto porque si ves con claridad que quieres pasar el resto de tu vida con él, al menos sabremos algo. Es esta incertidumbre la que me mata. Me estás matando…
Lo dejé marchar. Sin beso de despedida. Sin nada más. Salió de mi casa, me miró y cerró.
¿Qué iba a decirles a mis amigas?
El día siguiente lo pasé entero en casa. Llamé a mi madre y tras una conversación trivial colgué y desactivé todos los teléfonos. Y me abstraje. Intenté hacer una balanza mental, pero todo era inútil. ¿A quién le sirven de verdad esas cosas cuando se trata de decidir con quién pasar el resto de tu vida?
Dos días. Era el tiempo que me había dado, así que el día siguiente… salí de casa en busca de respuestas. Sólo cabía hacer las preguntas adecuadas.
Quedé con Víctor en su casa a las cuatro de la tarde. Cuando llegué me abrió la puerta y sonrió.
– Hola nena.
No contesté. Entré en silencio en el salón, me senté en el sofá y le miré desde allí abajo.
– ¿Qué pasa? – dijo metiendo las manos en los bolsillos, allí de pie frente a mí.
– Cuando llegué a casa el domingo Bruno estaba esperándome en el salón. Así que a estas alturas ya no hay nada que esconder, porque lo sabe todo.
– ¿Y? – respondió muy serio. – Quiero decir, ¿cómo se lo tomó?
– Pues… ¿cómo te lo tomarías tú?
– Sé que no es lo mismo, pero yo también he tenido que digerir vuestra relación, Valeria.
– Ultimátum. – le dije crípticamente.
Víctor asintió y se puso de cuclillas frente a mí.
– ¿Y qué quieres hacer?
– Quiero no haceros daño a ninguno de los dos.
– Eso ya no es posible. Cuando estás enamorado y ella se marcha, siempre duele. Así que él o yo…. uno de los dos va a pasarlo mal. Ahora sólo dime qué puedo hacer.
– No lo sé.
Cogió mis manos y las besó. Le miré durante un buen rato en silencio. No creo que ninguno de los dos supiera qué decir en ese momento. Pero finalmente abrí la boca y empecé a hablar.
– Él y yo teníamos un plan. Iríamos a vivir a Asturias, porque somos conscientes de que si no me alejo de ti, no podremos seguir con lo nuestro.
– Vale. – asintió otra vez. – ¿Y te has preguntado si podríamos seguir nosotros si él estuviera cerca?
Arqueé confusa las cejas.
– ¿Te refieres si te engañaría a ti con él si fuera a la inversa?
– Algo así.
Me levanté y él hizo lo mismo, mirándome.
– Sólo sé que lo que siento por ti me sale de las entrañas y hasta me duele. Es mucho más incontrolable. No sé si te sirve de respuesta.
Dio un par de pasos en el salón. Puede parecer que estábamos teniendo una conversación demasiado civilizada tratándose de nosotros, pero la verdad es que los dos nos conteníamos en aquel momento. Los gritos, los reproches y las cosas que nos hacían daño no servían de nada llegado aquel momento. Eso no significa que no nos apeteciera culpar al otro por la situación en la que estábamos; es sólo que… no tenía sentido.
– No tengo ni idea de lo que tienes con él, Valeria. No lo sé. No sé si es como lo nuestro o si es de otra manera. No sé si le quieres o cómo eres cuando estás con Bruno. No sé nada. Lo único que sé es cómo estamos nosotros cuando estamos solos. – espetó Víctor revolviéndose el pelo.
– Con Bruno es completamente diferente. Te lo dije una vez. Hemos tenido problemas pero no son como los que tú y yo tenemos. Lo nuestro, Víctor, siempre es una guerra. Incluso cuando estamos bien. Estamos luchando constantemente por el control.
– Sí. – dijo dándome la razón. – Claro que es una guerra. Nadie dijo que fuera fácil.
Me froté la cara y volví a mirarle decidida a hacer preguntas pendientes:
– ¿Tú por qué me quieres, Víctor?
– ¿Tiene que haber una lista de razones?
– Algo tiene que haber.
– Me volví loco cuando no te tuve. Contigo soy más.
Más. Maldita sea.
– No puedes enamorarte de alguien por quién eres cuando estás con él, porque esas sensaciones no son reales. – le contesté.
– ¿Cómo que no, Valeria?
– No te has enamorado de mí entonces, sino de la sensación de estar conmigo y eso con el tiempo se va. No quieres a quién yo soy. Si te agarras a eso, a cómo te hago sentir, jamás me vas a conocer. Jamás verás cómo me haces sentir tú. Y no lo harás hasta que se apague el amor.
Víctor frunció el ceño.
– No entiendo nada, Valeria.
– Quiero que me digas algo a lo que pueda agarrarme para tomar la decisión, Víctor. Porque la triste verdad es que, buscando razones, sales perdiendo tú. Lo único que tengo tuyo son sensaciones demasiado intensas y un montón de promesas.
– Te quiero porque eres diferente. Porque siempre has sido más. Tú… te tengo entre los brazos y vas explotando, dejándote ver tan poco a poco…
– ¿Y cómo puede ser que Bruno me haya visto ya al completo y tú no?
– Yo te conozco bien, Valeria. ¿Recuerdas? Si algo hicimos bien fue el conocernos de verdad.
– Nos conocemos en los extremos; en las broncas, en la inseguridad, en la pasión, en… en la exaltación, Víctor. No sé cómo sería la vida contigo día a día. No me has dado nada parecido.
– Tú ya has tomado la decisión. – aunque fue una afirmación, detrás él me estaba haciendo una pregunta. – No sé por qué me estás haciendo esto.
– Claro que no he tomado la decisión, Víctor. Si no, ¿qué narices hago aquí?
Se acercó, me cogió suavemente del cuello y me acarició la piel de la garganta con sus pulgares.
– ¿Qué va a ser de nosotros si te vas con él? Como personas, Valeria. ¿Qué será de mí? ¿Qué será de todo lo que pudimos hacer juntos?
– Todo son supuestos. Siempre, Víctor. Lo nuestro ha sido un supuesto precioso que nunca se ha materializado. ¿Cómo voy a decidir quedarme si no tengo nada a lo que agarrarme para hacerlo?
Suspiró, se alejó y se frotó la cara.
– ¿Por qué tengo la sensación de que me estás dejando?
– ¿Cuál es tu plan, Víctor? Si me quedara… ¿qué haríamos?
– No tengo planes, Valeria. Quiero hacerlos contigo.
Me quedé mirándole fijamente y de pronto… necesité salir de allí. Lo necesité como esa manera adolescente de huir de algo que nos está grande.
– Tengo que irme.
Víctor me agarro del brazo y me acercó.
– Bésame antes.
Me acordé, de pronto, del día de la conferencia, cuando conocía a Bruno. Víctor vino a verme y cuando nos despedimos me pidió un beso. Yo no se lo di. Después, rompimos. Pensé durante mucho tiempo que me había perdido nuestro último beso. Y ahora… pensándolo en aquel momento, ¿no era posible que fuera aquel beso no dado el culpable de no habernos superado? Sí, como algo simbólico. Como una puerta sin cerrar que dejamos junta por miedo a dejar de sentir el aire corriendo por la ranura.
Tuve la certeza de que aquel beso iba a dejarlo todo claro porque sería un beso de despedida o un nuevo comienzo.
Me acerqué dubitativa, como si aquel fuera nuestro primer beso en realidad. Él se inclinó hacia mí y pegamos nuestros labios. Sus brazos me rodearon la cintura y los míos hicieron lo mismo con su cuello. Me levantó recorriendo con una de sus manos mi espalda hasta zambullirse entre mi pelo. Encajamos nuestras bocas, como en aquel cuadro de Rai y al separarnos y mirarnos… lo supe.
Víctor… me absorbía. Me anulaba. Víctor devoraba a Valeria hasta que no quedaba nada de ella.
El final
“Hola,
Sé que esperabas que hiciera esto en persona pero, como ya sabrás de sobra, soy de esas personas que en el fondo son mucho más cobardes de lo que pretenden demostrar. Creo que por eso mismo me cuesta tanto decirte esto. Tú lo entenderás.
Quizá pienses que es pusilánime por mi parte poner todo esto por escrito en lugar de verte y decírtelo mirándote a los ojos. Porque te lo debo. No creo que debiera hacerlo por honestidad solamente, sino porque tienes un derecho a réplica del que te estoy despojando; no puedo dártelo si no quiero ceder. Por eso no puedo verte, mirarte a los ojos y decirte que al final, no te elijo a ti. No puedo porque sé que si te miro, en el último momento flaquearé y buscaré alguna excusa lo suficiente convincente como para justificar no sacarte de mi vida. Como que podemos ser amigos. Supongo que hay millones de personas que cometen el mismo error a diario, pero tú y yo no podemos ser amigos y la única manera de seguir hacia delante es, sencillamente, no volver a vernos.
Sencillamente. ¿He dicho de verdad sencillamente? Sé qué sabrás que no es sencillo para mí obligarme a anular todos los impulsos de mi vida que me llevan a tu lado. Pero tenemos más que perder que qué ganar. Lo sabes. No quiero convertirte en un desgraciado. No quiero que un día, dentro de diez años, te despiertes y te des cuenta de que me odias. No quiero robarte ni un día más. Estamos obcecados en algo que no puede ser, por más que a los dos nos guste esa idea. En la vida real, mi amor, esto no tiene sentido.
Por eso, entiende que me aleje. Porque no quiero despertarme una mañana y descubrir que también te odio, porque sigo sintiéndome incompleta.
Sé que me quieres; yo también te quiero a ti. Todo este tiempo ha sido real y ha significado cosas, pero mira lo que hemos hecho. Y tú y yo hemos estado equivocados desde el principio. Los dos. Esto empezó sobre cimientos equivocados.
No creo que te haya pasado por alto que me enamoré de ti muy pronto, pero me enamoré como una niña, ciegamente. Apareciste de la nada para sacarme de la situación en la que estaba inmersa; para arrancarme de ese “nada me sale bien”. Pero esos amores ciegos, no tardan en caer por su propio peso.
Han pasado ya años desde que te conozco. Quién iba a decirlo. Es como si la vida se hubiera desencadenado de verdad para mí y todo ha sucedido muy rápido. Mi matrimonio, mi divorcio y mis relaciones fallidas.
¿Comprendes por qué te pido que no volvamos a vernos? Porque te quiero, pero a él le quiero mejor y me lo he estado negando porque me da miedo darme cuenta de que eso es lo que de verdad los dos merecemos. Tú te quedas con esa parte de mí que quiere congelarse y sentirse bien aquí y ahora y él con todo lo que tengo aún por dar. No hago más que equivocarme contigo. Cuanto mejor quiero hacerlo, más me comporto como una niñata caprichosa. Estamos viviendo Oda, mi vida y la has leído; es imposible que esto pudiera acabar mejor.
A mí también me hubiera gustado que funcionase. Te juro que me duele decir que no. Me duele tanto olvidarte que me he pasado la noche en vela interrogándome a mí misma, preguntándome si no será que me cuesta tanto decirte que no quiero volver a verte porque no es la decisión adecuada. Pero creo que la certeza es mutua.
Tengo muchas razones para decir sí, ¿sabes? Se acumulan en un rincón, pidiéndome a gritos que les preste atención y que las tenga en cuenta. Me dicen que nunca antes fui como soy contigo, me dicen que me calmas, me dicen que casi te pertenezco, pero no puedo. No puedo porque lo que realmente importa son esas dos o tres razones que me empujan a decir que no. Y una es él. Lo sabes. Me ha cambiado la vida.
Decirte adiós a ti no significa que tenga que estar con él. Podría empezar de cero, pero sería engañarme, porque no es lo que quiero. Ahora tengo que ser sincera con él, aunque es un hombre inteligente y sabe que los dos estáis jugando a un “todo o nada”.
Nos hemos hecho daño, pero a la vez eres una de las cosas más bonitas que me ha pasado en la vida. Todo lo que ha envuelto tu nombre desde que te conocí es… mágico. Sobre todo este último año. Yo no quería, pero tú fuiste dando pasos hacia mí, hasta acercarnos lo suficiente como para ver que, de verdad, por más que lo intentemos, esto no va a funcionar. No dudo por miedo. Ya tengo la certeza. Hay una parte de mí que te adora hasta morir. Quizá en una realidad paralela hay un tú y un yo que lo consiguen, pero sería una realidad en la que yo nunca me habría cruzado con él. Lo sabes.
Quiero despedirme de todas las cosas que he vivido contigo. De todas las sonrisas que me has dedicado, que supongo que tardaré en poder olvidar. Tienes algo que me enloquece y que me llevaría al infierno si quisieras. Quiero decir adiós a todas las noches que hemos hecho el amor desde que nos conocimos. A todos los besos que nos hemos dado. A todo lo que hemos intentado hacer y las pocas cosas que conseguimos.
Quiero despedirme también de todas las sensaciones que me sacuden estando contigo. A día de hoy me duele decirte que son un lastre. Para los dos. Debo olvidar el timbre de tu voz, lo pequeña que me siento contigo y ese magnetismo animal que me empuja a ti.
Y como esta es la despedida de verdad dejaré la falsa modestia de lado. Porque quiero que sepas que estoy segura de que siempre has sido sincero con tus sentimientos. Yo ya te creo, pero no es suficiente. Quizá ese haya sido nuestro problema, que nunca nos paramos a pensar en si era posible o no. Siempre quisimos intentarlo.
También sé que nunca has debido querer a nadie como me quieres a mí. Una vez me dijiste que podrías quererme hasta que se acabara el mundo y sé que lo sientes de verdad. Lo sé. ¿Pero en qué situación nos deja que yo haya sentido con él cosas de verdad? En una mala. Sé sincero contigo mismo… tú también sabes que esto no va a funcionar. Al menos para siempre.
Por favor. No me llames, no me visites, no me escribas. No quiero que lo hagas porque necesito toda la fuerza de voluntad que me queda para mandarte esta carta y para decirte adiós. De otra forma los dos sabemos cómo acabaremos: dolidos, solos y odiándonos. No quiero que pase y no quiero robarte los años que vienen. No me los robes tú a mí, porque a partir de hoy todo lo que venga, por bonito que sea, sólo podrá estropearlo.
Nunca te he visto llorar, pero tengo la certeza de que ahora lo haces. Yo también lloro. Entre tus lágrimas y las mías sólo existen las horas de distancia que me habrá costado hacerme el ánimo de hacerte llegar esta carta. Y por eso es tan larga. Porque cuando la firme sabré que se habrá terminado y no voy a volver a verte; yo misma lo he decidido.
Hubiera sido precioso, pero es imposible. Tú y yo fuimos MÁS, pero sólo en un supuesto. En la práctica nunca conseguimos andar a la vez.
Rehaz tu vida. Enamora a otra persona como lo hiciste conmigo. Enséñale lo mismo que a mí, pero aprende de lo que nos ha pasado. Ya no me atormenta imaginarte con otra…
Te echaré de menos. Siempre. Quizá se me olvide que lo hago, pero sin saberlo estaré echándote de menos. No lo dudes.
Te quiero. Demasiado.
Valeria”