Igual me repito, pero…

Elísabet Benavent

Elísabet Benavent

Igual me repito, pero…

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Soy una persona bastante nerviosa. Con el tiempo he aprendido al menos a disimularlo. Los caballos trotan por dentro bastante desbocados pero si me ves, yo tengo una sonrisita en la boca y cara de placidez. Cara de loca del coño, vale, es posible. Por una parte, esto es bueno, porque me da la tranquilidad de una fachada tras la que parapetarme; pero también es malo, porque el saquito del “no puedo más” se va llenando hasta que rebosa. Y no termino gritando, ni llorando, ni corriendo desnuda por los pasillos de Mordor, a lo Lady Godiva. Acabo somatizándolo: dolor de estómago, migrañas, llagas en la boca, se me cae el pelo a jirones, me salen granos… un tesorete. Al final voy a parecer Gollum.

Y esta va a ser la foto que aparecerá en la próxima contraportada de mis libros. Me pillaron con la boca abierta, pero creo que salgo guay.
Y esta va a ser la foto que aparecerá en la próxima contraportada de mis libros. Me pillaron con la boca abierta, pero creo que salgo guay.

Así que, mientras trabajo en buscar la manera de tomarme las cosas con tranquilidad y sosiego y dejar de ser Sor Angustias de la Cruz, tengo un apartado cerebral con un montón de recursos para sentirme bien. Hedonismo en estado puro. Ahora empiezo a explicarme por qué nunca me acuerdo de bajar la basura. Quizá deba crear un cajoncito en el cerebelo para ese tipo de cosas.

El caso es que os leo en Twitter, en Facebook y en Instragram y sé que muchas de vosotras sois madres, lleváis un negocio, trabajáis y estudiáis o tenéis la presión de algo tan duro como el MIR. Sois mujeres y chicas como yo. Y me siento reconfortada al saber que me entenderéis cuando os digo que llego a casa, dejo las cosas, cojo un cojín y le doy puñetazos hasta que estoy tan cansada que lo único que me preocupa es caer en zona blanda y dormir toda la noche.

¿Y qué hacer? Porque nos han educado (y no hablo ya de nuestros padres, sino de la sociedad) para preocuparnos de todos los que nos rodean y, en último caso, un poco de nosotras. Ellos no tienen el mismo problema, pero nosotras, al final, nos convertimos en el sustento anímico y emocional de una familia. O de varias. Padres, amigos, hijos, trabajo. ¡Ya basta! Es algo de lo que suelo hablar recurrentemente en este blog, pero es que no me cansaré de pedir (y me lo pido también a mí) que apaguemos el “preocupómetro” de vez en cuando, respiremos hondo y desaparezcamos unos instantes para el mundo.

He aquí mi pobre aportación.

La hucha de la venganza

Vale, la palabra venganza suena muy mal. Suena a peli de Chuck Norris. Usemos si queréis Vendetta, que queda mucho más fino. La hucha de la vendetta cósmica. ¿Y qué es? Pues en este caso es… pues eso, una hucha. Pero es personal, intransferible y tiene como condición sine qua non que el contenido solo podamos gastárnoslo en nosotras mismas. Y no vale “le compro algo al niño porque eso me hace feliz”. Al niño le estás comprando cosas todo el año y seguramente no te acuerdas de la última vez que te diste un capricho. Así que compra uno de esos cerditos de cerámica que solo tienen una ranurita dentro y échale algo cada vez que te sientas agobiada. A poder ser, monedas de dos euros. Y si te han dado un día del infierno: billete. Cuando creas que ya no le cabe más engorde, ábrelo (y no te cortes, dale un buen martillazo y a poder ser mientras te ríes a lo “muajajaja”) y con el dinero… infinitas posibilidades… tú decides.

Ahí está el cerdito viendo llover mientras espera que le compres.
Ahí está el cerdito viendo llover mientras espera que le compres.

La conversación telefónica más absurda del planeta

Me suele pasar que cuando estoy agobiada por un tema, lo que menos me sirve es hablar sobre ello, porque al final me agobio más. Se me sube a la cabeza como un mono con tiña y se me agarra de los pelos. Eso acaba mal por necesidad. Entonces hago la “llamada”. Esa llamada a alguien con el que sabes que vas a poder hablar sobre temas tan trascendentes como la forma de los rizos de Bisbal o hasta dónde le llegaría el pelo si se lo planchara. Y no porque sea tonta del culo, sino porque es una de esas personas que va a saber que lo que tú necesitas es recordar la letra de una canción de Pimpinela.

Sobran palabras...
Sobran las palabras…

El otro día, sin ir más lejos, Sara Ballarín, autora de El cuaderno de Paula  y yo, tuvimos una conversación de unos cincuenta minutos sobre comprar ropa en ASOS, Twitter y Milo Ventimiglia. La última parte de la conversación fue la que más tiempo nos llevó. Y eran casi todo gruñiditos. Pero oye, colgué el teléfono como una puñetera rosa.

Con mi madre también tengo llamadas de este tipo, comentando si fulana o mengana están embarazadas o si me he comprado unos zapatos. Pero claro, con mi madre no puedo fumar mientras hablo por teléfono (porque me riñe) ni puedo servirme una copa de vino (porque me riñe). Y no hay nada más placentero en este mundo que reírse a carcajadas de la estupidez más grande del planeta, agarrada a una copa de vino y, en mi caso, fumándome el pitillo de la paz.

"Pues nada, chicas, que he venido a vuestras bragas. Las vais dejando ahí en fila y yo las carbonizo, ¿vale?"
«Pues nada, chicas, que he venido a vuestras bragas. Las vais dejando ahí en fila y yo las carbonizo, ¿vale?»

Tarde de chicas anual

No me refiero a tomarse una copa de vino o un café. No, no. Eso podemos hacerlo sin tener que buscar excusa. Yo he instaurado en mi calendario personal san “porque yo lo valgo” y una vez al año tiro la casa por la ventana. Como con unas amigas en un sitio que me encante y voy a una terraza chula a tomarme un gintonic después. De allí a una manipedi en My Little Momó, que si sola es relajante, con amigas es genial. Después cine, copas, cena. Lo que más apetezca. Es una tarde. Una tarde al año con todo lujo de detalles. Cosas que nos costaran algo de dinero y lujos tan simples como alquilar una película de miedo y verla en un sofá, apretada a tres amigos. El día siguiente te levantas como si volvieras de unas vacaciones y es que, lo importante no es lo lejos que te vayas, si no si te dejas los problemas donde están o te los llevas en la maleta.

Personalmente, aquí, encuentro mi paz interior.
Personalmente, aquí, encuentro mi paz interior.

Pintarse los morros. Calzarse tacones. Y esa lencería… sí, esa.

Christina Lauren, que en realidad es el pseudónimo bajo el que se esconden dos mejores amigas, autoras de tres de mis novelas chick lit preferidas, hablan en “Beautiful Bastard” de las “braguitas poderosas”. No puedo estar más de acuerdo. Hay prendas que te hacen sentir sexy, favorecida y fuerte. Da igual que el día sea una puñetera mierda, y no de las de whatsapp, que parece que como tienen ojos son más monas. Si llevas lencería poderosa, a ti plín.

Lo mismo pasa con unos zapatos de tacón bonitos y cómodos (no de los que te hacen sufrir y despiertan en ti instintos mutiladores) o con pintarse los labios. Soy una de esas personas que cree que hay gestos, sonidos, colores… que comunican mucho más de lo que pensamos y que pueden ser el catalizador para llevarnos a un estado mental más ventajoso para nosotras mismos. Y no, no he desayunado crack. Un ejemplo: el sonido de tus tacones en el suelo te hace sentir de pronto más sexi, más fuerte, más segura de ti misma. Y son solo unos centímetros, pero de pronto las preocupaciones no te llegan ni al tobillo.

Lo mismo pasa con unos labios pintados de rojo, coral, rosa, fucsia, nude, melocotón… da igual. Porque el truco está en que, si tú te sientes bien por dentro, lo de fuera viene rodado.

Si tu hobbie es peinar bombillas, ¡peina bombillas, shosho!

Los hobbies son esas cosas que evitan que nos compremos armas por internet, estoy segura. Un hobbie puede salvarte de pasar de pensar “te daría una colleja” a verte asfixiando a alguien con tus propias manos. Y da igual que sea el ganchillo, las películas en blanco y negro, ver series en versión original, leer, hacerte la manicura, quitarte puntos negros, hacer broches de fieltro, origamis, hacer bollos… ¡da igual! Lo importante es que, si tienes un hobbie, busca siempre un momento para dedicarte a él, porque puede que ahí resida tu salud mental al fin y al cabo. Una tarde, dos horas. Da igual.

A mí, por ejemplo, me gusta escuchar música sin más actividad que esa. Tumbarme y escuchar música. Casi todo el mundo lo tiene por una actividad de acompañamiento. Incluso Mr. Coqueto, cuya vida profesional tiene como protagonista a la música, se extraña cuando contesto a la pregunta “¿qué haces?” con un simple “Escuchar a Florence & The Machine”. Aire acondicionado o manta. Un buen disco. Punto, no necesito más. a lo mejor solo cinco minutos o dos horas. Según el día. Pero que nadie nos haga creer que, como esos hobbies no dan dinero son una pérdida de tiempo. Lo que es perder el tiempo es escuchar a gente con esa creencia. La felicidad tampoco renta, pero alarga la vida. Pene.

Y con esto y un bizcocho…

"El caso es que no sé si sentirme halagado, o... denunciarla por acoso cibernético."
«Uhm. Salgo en el blog de Betacoqueta. No sé si sentirme halagado, o… denunciarla por acoso. Voy a ir llamando a mi abogado.»

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