Beta Coqueta y la sabiduría perdida

Elísabet Benavent

Elísabet Benavent

Beta Coqueta y la sabiduría perdida

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El otro día me compré unas sandalias de tacón y plataforma. Bueno, plataforma. Al subirme en ellas la primera vez pensé que había subido al K2. Cuando se las enseñé a Mr. Coqueto las definió como monstruosas, pero deduje que como con ellas soy más alta que él, se enfurruña. Sé que su color morado es algo atrevido y que además son de dudosa calidad. Pero…

El caso es que me las puse en casa, por eso de probar cómo se vive en las alturas. Anduve de la habitación al baño, del baño al tocador y de vuelta al pasillo y cuando iba al espejo de la entrada a mirar los zapatos con devoción, me tropecé con uno de mis malignos coquetogatos, me enredé con mis propias piernas y me caí.

Me caí de unas plataformas de quince centímetros.

La caída me pareció eterna.

Algo así, pero con menos estilo y más chicha
Algo así, pero con menos estilo y más chicha

Vi toda mi vida pasar ante mis ojos. Mis primeros zapatos de tacón (unas Merceditas horrendas con punta cuadrada y cuña), mis primeras salidas de noche con tacón de aguja, agarrada al pódium de la discoteca para no desmayarme del dolor de pies, mi primer par de zapatos “preferido” y mis Manolo Blanhik. Y mis Jimmy Choo. Y mis Christian Louboutin. Y mis Carolina Herrera. Y las bailarinas de Chanel que Mr.Coqueto va a regalarme en algún momento aunque él aún no lo sepa. Y el problema de fetichismo que tengo con el tema de los complementos.

Y entre la vorágine de zapatos que se cernían sobre mí, me vi a mí misma comprándome ropa que jamás me puse, piezas que estaban de moda pero que me quedaban fatal o que no había titán que combinara con éxito. Recordé la voz de mi madre, rebotando en el precipicio de mi caída, diciéndome esa famosa frase suya: “de la moda lo que me acomoda” y llegué a la conclusión de que a veces, eso mismo, la moda, nos hace perder la cabeza.

Una vez me compré una falda preciosa de Jocomomola. Era de raso beige con lunares de colores (aún la guardo) y, aunque así dicho tampoco parece ninguna maravilla, era realmente bonita. Pero incombinable. Punto número 1: era de raso. Punto número 2: era beige estampada con lunares de colores. En un ataque de “creatividad” la combinaba con un jersey negro de cuello cisne y medias negras tupidas, pero la verdad es que fue un apaño sobre la marcha que aún a día de hoy me pregunto si era acertado.

Otro día, borracha de fiebre consumista (o quizá borracha sin más), me compré una falda vaquera de Blanco con tul, tipo West Side Story que además, no terminaba de abrocharme. Pero me dije eso de: seguro que pierdo un par de kilos y me viene que ni pintada. Error. (Y mentira, además)

Y así, botas de una talla más grande, pantalones de marca rebajados que vienen algo cortos, camisetas de moda que no combinan con nada, vaqueros de pata de elefante que me hacían dos muslos mayúsculos… ¿sigo?

No sé en qué momento de mi vida decidí hacer caso a mi siempre bien vestida hermana en el consejo más sabio que nunca nadie me dará en referencia a la moda: nunca compres algo desparejado. Pero lo cierto es que desde ese día todo ha ido a mejor. Ahora veo fotos de hace cinco años y me muerdo el labio de vergüenza porque iba hecha un cromo. Sin paños calientes: en Mordor combinan mejor.

El caso es que una se empieza a acercar a la treintena y se pregunta si no será verdad eso de que el fondo de armario es imprescindible. Ya sabéis. Unas pocas prendas básicas de muy buena calidad, en las que hay que invertir y alrededor de las cuales, con prendas y accesorios low cost, crear el look de tendencia. Y cuántos más años cumplo, más segura estoy de que hay que gastarse el dinero en un vestido negro de cóctel, una camisa blanca entallada, un blazer que nos quede como un guante, unos pantalones negros para llevar con tacón, un perfecto de cuero, unos vaqueros rectos, una camiseta marinera, un buen bolso de mano, unos salones de tacón alto y unas bailarinas de piel. Blanco, marrón, negro, gris, azul marino. Colores sobrios y lisos, que no pasen de moda y que resistan a los años.

Pero… ¿y lo demás? ¿Y la moda? ¿Dónde dejamos la tendencia?

La tendencia se construye con dos o tres piezas que podremos encontrar en todas las grandes franquicias. ¿Qué se lleva el color flúor? Hasta Primark tiene unas camisetas básicas en colores vivos por 4 euritos, por no hablar de la variedad que Zara pone a nuestra disposición esta temporada. ¿Qué si el estampado de moda son las flores? Lo primero déjame decidir si me gusta, y si algún día me animo, seguro que H&M o Pull&Bear me dan una opción que no me toque demasiado el bolsillo.

Por no hablar de collares, pulseras, pendientes, relojes, zapatos o bolsos de temporada, de los que sabemos que se romperán pronto pero que cuando lo hagan, ya estarán más pasados que los vaqueros lavados a la piedra.

Y así, cuando llegué al suelo de mi casa, en un estrépito de tacones, pulseras y las palmas de mis manos sobre el parqué, me di cuenta de que mis sandalias de tacón y plataforma probablemente son un poco monstruosas y Mr. Coqueto tiene razón, pero lo cierto es que me preocupé de que me combinaran con un par de vestidos y unas blusas, con las que sé que las llevaré este verano. Ponto las olvidaré, pasarán de moda o se romperán, pero los 19 euros que me han costado no me duelen. Lo que me duele un poco son las rodillas, con las que también paré el golpe.

Mis próximos zapatos de tacón...
Mis próximos zapatos de tacón…

Al menos de eso me sirve ser una coqueta torpe. En todas las tortas que me doy, acabo encontrando algo más de esa sabiduría que la orgía de creatividad de la moda a veces difumina. Y es que, de la moda, lo que nos acomoda, cierto, pero, lo coqueto no quita lo valiente

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